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Debemos mencionar inmediatamente una serie de producciones literarias, cuya índole puede caracterizarse con el nombre de novelas dramáticas. Aludimos á aquéllas, cuyas escenas se ajustan entre levemente y sin sujetarse á verdadero plan dramático, y que además, por sus sucesos novelescos é imprevistos, tienden á impresionarnos insólita y sobrenaturalmente.

En este pasaje hemos visto una curiosidad que no ha dejado de impresionarnos. Hay una porcion de muñecas grandes, con un excelente colorido, ojos perfectos, una cabellera naturalísima, y que tienen la facultad de articular varias palabras, merced á un cilindro interior.

Menester es también que, como aquel público para quien se escribían esas piezas, consideremos como sucesos ordinarios á las muertes causadas por los celos, por la venganza ú otros motivos análogos, sin impresionarnos por ellas vivamente, ni creer que interrumpan en lo más mínimo la tranquilidad del espectáculo, porque muchas veces encontramos el deber de vengar la muerte de un pariente en lucha con otros deberes, la ocultación de alguno que ha matado á su adversario en desafío, ú otros sucesos de la misma índole, trágicos, según nuestras ideas, pero usados entonces como resortes de los enredos más cómicos; á menudo vemos también, en medio de escenas de la misma clase, que un padre ó un hermano sacan su espada y matan á la hija ó á la hermana, de quienes recelan, afligiéndonos y haciéndonos sospechar un desenlace triste, mientras que los españoles de entonces no se preocupaban mucho de estos hechos, ni se perturbaba en lo más mínimo por esos casos frecuentes la serenidad aneja al conjunto dramático.

Sus obras carecen de vigor poético, y de aquí que las leamos sin que dejen en nosotros huella alguna, sin conmovernos profundamente ni impresionarnos por largo tiempo.

Este cuadro nos impresiona instantáneamente; nos impresiona de un modo profundo, sin que nos tiempo de deliberar acerca de si debe impresionarnos ó no, como el esquife que se pone sobre un torrente, no deja tiempo al marinero de echar el áncora. Esto nos impresiona como el fuego nos quema: sin saberlo nosotros, aún contra nuestra propia voluntad. Ese es el arte; ese es el genio, ese es Vernet.