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Era la capilla de Santa Ana. Además de la célebre peregrinación de Santa Ana de Auray, hay así numerosos santuarios sembrados a todos los vientos en aquella tierra de fe cándida, reputaciones de campanario muy reducidas hoy gracias a los billetes de ida y vuelta que permiten a cualquier peregrino ir a contemplar al mismo tiempo el Sagrado Corazón y la torre Eiffel, como lo hace constar melancólicamente el delicioso autor de «Colás, Colasse et Colette».

Pero adonde va el gentío con un silencio como de respeto es a la torre Eiffel, el más alto y atrevido de los monumentos humanos. Es como el portal de la Exposición.

Hasta una cajilla de fósforos de a perro chico le derribaría al suelo, atolondrado de pasmo y de sorpresa; pero de seguro que no hallaría entre todas las heteras de París una más discreta, distinguida y guapa que Aspasia, y la Magdalena le parecería una triste parodia del Partenón, y la torre Eiffel un feo y monstruoso engendro.

Con el reloj á la vista podía anunciarse á qué hora iban á saludar con sus lanzas los primeros hulanos la aparición de la torre Eiffel en el horizonte. Los trenes llegaban repletos, desbordando fuera de sus vagones los racimos de gentes. Y fué en estos momentos de general angustia cuando don Marcelo visitó á su amigo el senador Lacour para asombrarle con la más inaudita de las peticiones.

Hay pueblos que viven, como Francia ahora, en lo más hermoso de la edad de hierro, con su torre de Eiffel que se entra por las nubes: y otros pueblos que viven en la edad de piedra, como el indio que fabrica su casa en las ramas de los árboles, y con su lanza de pedernal sale a matar los pájaros del bosque y a ensartar en el aire los peces voladores del río.

El insecto intentaba aproximarse á la torre Eiffel, y de la base de ésta surgían estampidos, al mismo tiempo que sus diversas plataformas escupían el rasgueo feroz de las ametralladoras. Al virar sobre la ciudad sonaban descargas de fusilería en los tejados y en el fondo de las calles.

Las figurantas van á sus casas á almorzar sin quitarse el traje, por no perder tiempo. Sobre las vallas de los estudios se elevan, unas veces, la torre Eiffel, si la obra transcurre en París, y otras, el palacio de los Dogas venecianos ó los agudos minaretes de una mezquita oriental.

Deseaban llegar cuanto antes á la vista de la torre Eiffel, entrar victoriosos en la ciudad, para saciarse de las privaciones y fatigas de un mes de campaña. Eran adoradores de la gloria militar, consideraban la guerra necesaria para la vida, y sin embargo se lamentaban de los sufrimientos que les proporcionaba. El conde exhaló una queja de artista.

Puede ser que me equivoque, y esta gente, convencida de que su defensa resulta inútil, se entregue buenamente... De todos modos, pronto nos veremos. Tendré el gusto de volver á París cuando la bandera del Imperio flote sobre la torre Eiffel. Asunto de tres ó cuatro semanas. A principios de Septiembre, con seguridad. Francia iba á desaparecer; para el doctor, era indudable su muerte.