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Me hizo una confidencia; me refirió que había estado enamorada de un joven muy rico y apuesto, mas, por desgracia, dado al juego y a los vicios. «¡Le quise mucho! me decía entristecida, pero fué preciso olvidarle.... ¿Olvidarle? No, no le olvido aún.

Siendo el arsénico el medicamento esencial de todos los desórdenes graves de la economía en que la vitalidad está profundamente atacada y los líquidos dispuestos á una funesta alteracion, es necesario no olvidarle en el tifus y gangrenas de hospital, en la fiebre amarilla y la peste, al menos en ciertos períodos de su evolucion.

Su primera impresión fue una pena tan grande y convicción tan honda de haber sido juguete de un capricho, que consideró inútil todo esfuerzo y baldía toda tentativa para recobrar el bien perdido: después, a las lágrimas de la decepción sucedieron las quejas de la vanidad mortificada; se agriaron los celos y pretendió olvidarle.

Pero jurémonos que, suceda lo que suceda, volveremos a vernos. Si algún amor culpable quisiera hacer presa en ti, le responderás: «¿Soy capaz de olvidarle?

Nélida continuó explicando el pasado. Desde que vio a Fernando por primera vez, frente a Tenerife, no había podido olvidarle... Esperaba que se aproximase, pero él se mantenía siempre aparte, y la rutina social no permite que la mujer inicie ciertas cosas.

No dejó de pensar en él, ni la asistieron fuerzas para engañarse mintiendo que tenía sobre imperio para olvidarle. Su imaginación le buscaba unas veces con la rabia de los celos, otras con la amargura del despecho, ya saboreando la memoria recuerdos de promesas dulcísimas, ya pagando a la esperanza muerta el inapreciable tributo de sus lágrimas.

¡Cómo si le tuviera yo delante! Me parece que le veo. Hace tiempo que bajó al sepulcro, y no he podido olvidarle. En este momento creo verle aquí, del otro lado de la mesa en que escribo, muy sencillote y franco, muy recatado y pudoroso para cualquier acto de generosidad, y nunca más tímido que cuando quería averiguar si necesitábamos algo.

He prometido alegrarme de que D. Luis se vaya. He querido olvidarle y hasta aborrecerle. Pero mira, Antoñona, no puedo; es un empeño superior a mis fuerzas. Cuando el vicario estaba aquí juzgué que tenía yo bríos para todo, y no bien se fue, como si Dios me dejara de su mano, perdí los bríos, y me caí en el suelo desolada.

He puesto entre nosotros el único obstáculo que puede separarnos sin idea de retorno. Me arrojé a sus pies, la tomé las manos sin que resistiera, sollozando. Tuvo un momento de debilidad que le cortó la palabra, retiró las manos y me las volvió a dar tan pronto como hubo recobrado su firmeza. Yo haré todo lo posible por olvidarle. Usted olvídeme. Eso le será más fácil todavía.

Eran sus ojos grandes y muy negros, adornados con pobladísima ceja que los sombreaba, dándoles una apariencia por demás siniestra y hosca. Respecto á su carácter, ¿qué diremos? Este hombre nos hirió demasiado, nos abofeteó demasiado para que podamos olvidarle. Fernando VII fué el monstruo más execrable que ha abortado el derecho divino.