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Pero me interesaba demasiado veros, oíros, hacerme oír de vos, tratar con vos de lo que tanto importa á mi dignidad como mujer, á mis deberes como reina y como esposa, y no he vacilado un punto, confiada de vuestra lealtad. Pero me exigís que salga fuera de palacio, y esto no lo haré jamás.

No hay para qué repetirme que me amáis, dijo doña Guiomar, sino es que creéis que soy desmemoriada; que ya me lo habéis dicho, y yo, escuchándooslo y continuando en oíros, os he dicho claramente que os amo; que si no os amara, la primera palabra de vuestro amor hubiera sido la última; y eso de enjugarme las lágrimas con vuestros labios callarlo debisteis, que hay tales cosas que cuando no se pueden hacer no deben decirse; y pase esto por alto, que a galantería sin intención quiero achacarlo, y no a otra cosa; y sin más de esto, y esperando que a mi lado seáis tal y tan hidalgo como me lo parecéis, con la relación de mi historia continúo, que ya que me amáis, según decís, quiero que sepáis quién es la desventurada mujer que ha alcanzado no si la desdicha o la fortuna de enamoraros.

Me corresponde de derecho el hablar antes del asunto que me trae á buscaros. Ya os he dicho que se trata de vuestra mano. Acabaréis por impacientarme, Manuel. Yo creo que estáis ya bastante impacientada. Será al fin necesario oíros, para que acabéis pronto.

Hago voto de no descubrir este ojo hasta haber visto la tierra de España y realizado en ella un hecho de armas que redunde en honra de mi patria y de mi nombre. Así lo juro sobre mi espada y sobre el guante de mi dama. Al veros y oiros me siento rejuvenecer veinte años, Morel, le dijo su amigo cuando hubieron montado y puéstose en camino hacia la Puerta del Mar.

Al cabo de dos segundos, no escuchando ni media palabra, exclamé: ¿Y? ¡Empezad, pues, tío! Hazme el servicio de enderezarte, Reina y de tomar una actitud más respetuosa. Pero tío repuse abriendo los ojos, asombrada; no ha sido mi intención faltaros al respeto, y si me he puesto en esa actitud era para oíros mejor. Sobrina, me vas a hacer perder la cabeza.

No habéis de decir, replicó la hermosa indiana, que poniéndoos en peligro el salir ahora de mi casa, de ella os echo; tanto más, cuando por venir, aunque sin licencia mía y aun sin yo conoceros, a darme música, en tal cuidado os habéis puesto; y hagamos aquí punto a la conversación, y entraos en ese aposento, que yo voy a ver si por acaso ha podido oíros alguno de mis criados, y cuando todos estén recogidos y el peligro que corréis haya pasado, podréis iros.

El que a buen árbol se arrima, contestó la tía Zarandaja, buena sombra le cobija, y de manzanas de oro, y aun con aditamentos de diamantes, es aquel bajo cuyas frondosas y frescas ramas os habéis puesto. Ya me tarda el oíros, buena madre, dijo Cervantes; que grandes cosas y de mucho provecho han de ser, a lo que me parece, las que tenéis que decirme.

-Mala me la Dios, Sancho -respondió el bachiller-, si no sois vos la segunda persona de la historia; y que hay tal, que precia más oíros hablar a vos que al más pintado de toda ella, puesto que también hay quien diga que anduvistes demasiadamente de crédulo en creer que podía ser verdad el gobierno de aquella ínsula, ofrecida por el señor don Quijote, que está presente.

De ese modo, cobarde mentirosa, queréis hacer pesar sobre solo la falta; pero os habéis engañado. La cárcel... Callaos, callaos, ¡imprudente! exclamó la condesa . Podrían oíros. ¿Qué pesadilla os ha revuelto de ese modo la cabeza?

Al pasar junto a Rafael, este le dijo al oído, aplicando las palabras de la fábula del cuervo de De la Fontaine: Si el gorjeo es como la pluma, es el fénix de estas selvas. ¡Cuánto tenemos que agradeceros dijo la condesa a María vuestra bondad en venir a satisfacer el deseo que teníamos de oíros! ¡El duque os ha celebrado tanto!