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No hay para qué repetirme que me amáis, dijo doña Guiomar, sino es que creéis que soy desmemoriada; que ya me lo habéis dicho, y yo, escuchándooslo y continuando en oíros, os he dicho claramente que os amo; que si no os amara, la primera palabra de vuestro amor hubiera sido la última; y eso de enjugarme las lágrimas con vuestros labios callarlo debisteis, que hay tales cosas que cuando no se pueden hacer no deben decirse; y pase esto por alto, que a galantería sin intención quiero achacarlo, y no a otra cosa; y sin más de esto, y esperando que a mi lado seáis tal y tan hidalgo como me lo parecéis, con la relación de mi historia continúo, que ya que me amáis, según decís, quiero que sepáis quién es la desventurada mujer que ha alcanzado no si la desdicha o la fortuna de enamoraros.

Deseando enamoraros, Moza de cántaro soy, Por agua á la fuente voy. Tenéos... DO

Limpiose doña Guiomar con un pañizuelo los líquidos diamantes que por la amargura de sus tristes memorias de sus hermosos ojos se desprendían, por lo cual Miguel de Cervantes la dijo: Enjugarnos yo, hermosa señora mía, esas lágrimas que por vuestras alabastrinas mejillas corren, con mis labios, si tan bienaventurado fuera que ya me llamara vuestro esposo; y tal procuraría que fuese para vos mi amor, que no lágrimas de amargura, sino de contento del alma enamorada vertieseis, si es que mi amor podía enamoraros, cosa en la que no espero, porque si la esperara, ya en la sola esperanza encontraría la ventura milagrosa de este amor que por vos me abrasa las entrañas, y es mi vida en mi muerte y mi contento en mi tristeza.

¿Os ofende? Me estáis enamorando. ¿Y hago mal suponiendo que eso sea? Eso lo sabréis vos. ¡Cómo! ¿que yo sabré si hago mal en enamoraros? , porque vos sabréis con cuánta lealtad, con cuánta razón podéis enamorar á una mujer á quien hace media hora que conocéis. La soledad tiene la culpa... Llamaré compañía... No; más bien si os desagrada mi atrevimiento, me iré yo.

¿No me amáis?... dijo con impaciencia doña Clara... pues si me amáis ¿á qué esa obstinación?... ¿dudáis acaso de ?... ¿amáis acaso á otra, á causa de esa facilidad que tenéis de enamoraros en dos minutos?

Ni vos ni yo hemos tenido la culpa de lo que ha sucedido añadió la dama volviéndose de nuevo á la puerta de los tapices ; yo me vi obligada á ampararme de vos, y vos, que por una circunstancia casual me habíais visto, y habíais dado en el capricho de enamoraros de ... ¡Señora! Os hablo así porque no soy la reina. Y entonces, ¿por qué no os descubrís? Ni puedo, ni debo. Pues permitidme que dude.