United States or Haiti ? Vote for the TOP Country of the Week !


Pensaba ir solo, pero la compañía de doña Sol le obligó a buscar un refuerzo, temiendo un mal encuentro en el camino. Buscó a Potaje, el picador. Era muy bruto y no temía en el mundo mas que a la gitana de su mujer, que cuando se cansaba de recibir palizas intentaba morderle. A éste no había que darle explicaciones, sino vino en abundancia.

El novel caballero calculaba que sus equilibrios se agotarían a los pocos minutos de aquella marcha, y cuando se disponía a disminuirla enérgicamente, advirtió con espanto que se aceleraba por obra del perrazo bayo que, como comprendiendo que el tostado no imponía respeto a nadie, se entretenía en morderle los garrones por burla...

Cerca del edificio principal salió á su encuentro Cachafaz, avisado por los ladridos de unos perros que daban saltos ante las patas del caballo, pretendiendo morderle. Los espantó el pequeño con sus gritos, escuchando después con la gravedad de una persona mayor lo que le dijo el emisario. Fué tanta su alegría al recibir el recado, que olvidando al jinete corrió hacia la estancia.

Algunas veces, de repente, venía a morderle el recuerdo de sus triunfos escénicos, la gloria artística conquistada sobre las tablas, y golpeando el piano con la sublime furia de la cabalgada de las walkirias, lanzaba el ¡hojotoho! de Brunilda, el grito de guerra impetuoso y salvaje de la hija de Wotan; relincho armónico con el cual había puesto en pie a muchos públicos y que en aquella soledad estremecía a Rafael, haciéndole admirar a su amiga como una divinidad extraña; cual una diosa rubia de ojos verdes, acostumbrada a cabalgar sobre los hielos, entre los torbellinos del huracán, y que en el país del sol se resignaba a ser mujer.

¡Qué tarde!... La sed de su trigo y el recuerdo de la multa eran dos feroces perros agarrados á su corazón. Cuando el uno, cansado de morderle, iba durmiéndose, llegaba el otro á todo correr y le clavaba los dientes. Quiso distraerse con el trabajo, y se entregó con toda su voluntad á la obra que llevaba entre manos: una pocilga levantada en el corral. Pero su trabajo adelantó poco.

Admiró la princesa este miembro atlético, de piel obscura cortada por la blanca tortuosidad de la carne nueva. ¡Las otras!... ¡Quiero ver las otras! ordenó, clavando en él unos ojos agresivos como si fuese á morderle, mientras se doblaba hacia abajo el arco de su boca con llorosa humedad.

Luego vió aproximarse la cabeza de esta mujer con una rapidez agresiva, cual si fuese á morderle... Sus ojos, agrandados, lagrimeantes y vagorosos, parecían estar lejos, muy lejos. Tal vez no le veían... Su boca, temblona y azuleada por la emoción, una boca redonda y en relieve, como un músculo absorbente, buscó la boca del marino, apoderándose de ella, tirando de sus labios.

Apenas se sentó, se diría que los horribles recuerdos que le habían arrojado de la villa, que venían persiguiéndole y que se habían quedado algo atrás, le dieron alcance y empezaron a picarle y a morderle otra vez.