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La serenidad y la cortesía de aquel muchacho, a la vez que lo elevaban a sus ojos, irritaban su amor propio. ¡Qué comentarios no habrían hecho él y su hermana después de aquella ridícula y extemporánea visita! Al pensar en ello se le subían los colores a la cara. Por no ver ni ser vista de Alcázar desde su mirador, dejó de salir a pie.

El barón se encargó de lanzar a su discípulo; le hizo admitir en su club. Allí se comía bien, y el señor de La Tour de Embleuse no perdió nada en cambiar de cocinero. Antes de su conversión, la comida excesivamente condimentada de los figones y el uso de los licores falsificados irritaban su estómago, enrojecían su lengua y le condenaban a una sed inextinguible.

Entonces los demás sitiados se irritaban contra la pobre niña, gritando, llenos de indignación, que quería burlarse de ellos y que mirase bien lo que hacía. Sólo Jerónimo permanecía en completa calma; pero la gran cantidad de nieve que había bebido para apagar el ardor de sus entrañas inundaba su cuerpo y su demacrado rostro de un sudor frío.

Era Quiñones, como ya sabemos, hombre fogoso, terco, de voluntad indomable. Los obstáculos le irritaban, llegaban a enloquecerle. Quiso vencer el corazón de su esposa y no perdonó medio para ello: la colmó de atenciones, mimó sus gustos más insignificantes, viviendo por varios meses en perpetua congoja, en una verdadera fiebre de esperanzas, tan pronto vivas como muertas.

No estaba él para templar gaitas: los nervios le eran antipáticos; estas penas sin causa conocida no le inspiraban compasión, le irritaban, le parecían mimos de enfermo; él quería mucho a su mujer, pero a los nervios los aborrecía.... Además en el teatro había tenido una discusión acalorada: un majadero, un sietemesino que estudiaba en Madrid, había dicho que el teatro de Lope y de Calderón no debía imitarse en nuestros días, que en las tablas era poco natural el verso, que para los dramas de la época era mejor la prosa. ¡Imbécil! ¡que el verso es poco natural! ¡Cuando lo natural sería que todos, sin distinción de clases, al vernos ultrajados prorrumpiéramos en quintillas sonoras!

El Magistral hubiera querido poder despreciar tantos disparates, tales absurdos, pero a su pesar le irritaban.

Las dos hijas estuvieron hasta los catorce años en un colegio y Rafaelito fue dedicado al estudio, pues doña Manuela v quería hacer de él una lumbrera médica como su padre. Estas predilecciones irritaban a don Juan, que había sentido un afecto fraternal por su primer cuñado, trabajador infatigable como él y amigo del ahorro. Además, Juanito era su ahijado.

Y hablaba de la criatura que había de nacer con tanta seguridad como si la viese, detallando sus prendas físicas: cómo tenía el pelo y cómo los ojos; en qué se parecía a la madre y qué iba a sacar del padre. Maltrana escuchaba con mal disimulada impaciencia la charla de la vieja. Las contrariedades de su vida, cada vez mayores, irritaban su carácter, haciéndole insufrible el parloteo de la bruja.

Las mujeres que hablaban de amor me irritaban: parecíanme los profanadores del templo que iban a vender a él sus mercancías. Amparo solía surgir de tiempo en tiempo, como una excepción entre el embrollado caos de mi escéptico pensamiento. Amparo, con toda su poesía, embellecida por su abandono, grata para , por la protección que la dispensaba.

La vieja, como viuda de comerciante de provincia, a quien había ayudado a labrar su capital, era más amante aún del orden y la economía, mejor dicho, era todavía más tacaña que él. Por esto no había podido vivir jamás con su hijo: su excesivo gasto, y sobre todo el despilfarro, los caprichos escandalosos de Clementina, la irritaban, la amargaban todos los instantes de la existencia.