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Casi todos eran de tabernas, pero tabernas de las afueras, que a la vez servían de figones y merenderos. «Vinos, por Fulano.» Y aquí el nombre del dueño del establecimiento, como si fuesen los taberneros quienes los fabricaban. En una casucha de tablas, llamó su atención otro rótulo: «Taberna de Agustín, alias el Bolero.
El barón se encargó de lanzar a su discípulo; le hizo admitir en su club. Allí se comía bien, y el señor de La Tour de Embleuse no perdió nada en cambiar de cocinero. Antes de su conversión, la comida excesivamente condimentada de los figones y el uso de los licores falsificados irritaban su estómago, enrojecían su lengua y le condenaban a una sed inextinguible.
Su padre, que era zapatero, muy emocionado por nuestra ofrenda, se brindó heroicamente a componernos las botas a todos los poetas, gratuitamente. Muchas familias de «náufragos provincianos» caían en los figones, «personas decentes» que rodaban los escalones de la penúltima miseria.
¿Conque es decir exclamó Montiño levantándose con la fuerza de un muelle , que mi honra anda ya por los figones, y no solamente por un lado sino por los dos? ¡mi mujer y mi hija! ¡y que no sepa yo lo que pasa en mi casa! ¡y que temiera yo llevar á ella á mi sobrino! ¡mi sobrino! ¡será necesario decírselo todo! ¡mi sobrino que es tan valiente! ¿pero cómo decirle: tu tía y tu prima son dos mujeres perdidas? ¡y yo que había pensado en ver el medio de casarle con mi hija!
Y me leerá otro soneto corto, y después a dar saltos mortales para conquistar el camastro de esos hostales de la bohemia, figones de Satanás con manjares embrujados, que sólo se pueden ingerir cuando se poseen las hambres de doscientos poetas juntos. Nuestro amigo el alquimista NUESTRO amigo Aclayar es alquimista.
Sólo que nuestros nautas naufragan en seco, sobre el asfalto de las calles, en los figones absurdos y en los hórridos hostales. A la caza de las rimas sustituye muy pronto la pesca de las dos pesetas o del café con media tostada, ese seudoalimento tan literario. El veneno de las letras es más fuerte que la morfina, que el éter y que el alcohol.
Desde la entrada del pueblo principian los puestos, las «vendimias», como dicen en Villaverde las fondas y los figones, improvisados bajo un toldo de manta, o a la sombra de una enramada. Por todas partes vendedores de frutas, de torrados, de cacahuates, de «tepache», de bizcochos y de dulces. Helados, refrescos, aguardientes, todo tiene allí salida. Hay allí cosas para todos los gustos.
NUESTRO amigo Zarathustra, en una de sus andanzas, se casó con una joven inglesa, hija de un español que tenía una librería de viejo en un barrio apartado de Londres. Zarathustra es literato y, en consecuencia, no tiene dinero. Trajo a su mujer a Madrid, la llevó a comer a los figones de los poetas bohemios y durmieron en las clásicas posadas de la Cava Baja.
Por un acuerdo de la Sala de Alcaldes pregonado a 18 de mayo de 1595, se mandó que se notifique «a los que guisan de comer, que llaman figones» que no diesen de comer a las personas que fuesen a sus casas, ni manjar blanco, ni tostadas, ni pastelillos, ni otras cosas dulces.
Tiendecillas angostas, donde se vendían zarazas catalanas y pañuelos; abacerías de sucio escaparate, tras de cuyos vidrios un galán y una dama de pastaflora se miraban tristemente viéndose tan mosqueados y tan añejos, y las cajas tremendas de fósforos se mezclaban con garbanzos, fideos amarillos, aleluyas y naipes; figones que brindaban al apetito sardinas fritas y callos; almacenes en que se feriaban cucharas de palo, cestería, cribas y zuecos: tal era la industria de la cuesta de San Hilario.
Palabra del Dia