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Se entregaba a sus amantes con una desfachatez ardiente que, después, pronto, se transformaba en iniciativa de bacanal, es más, en un furor infernal que inventaba delirios de fiebre, sueños del hachís realizados entre las brumas caliginosas de las horribles horas de arrebato enfermizo, casi epiléptico.

Doña Flora de Cisniega era una vieja que se empeñaba en permanecer joven: tenía más de cincuenta años; pero ponía en práctica todos los artificios imaginables para engañar al mundo, aparentando la mitad de aquella cifra aterradora. Decir cuánto inventaba la ciencia y el arte en armónico consorcio para conseguir tal objeto, no es empresa que corresponde a mis escasas fuerzas.

Cuentan las historias de Oriente que Seleuco, rey de Antioquía, mandó fabricar un estanque con fondo y muros de plata bruñida, lleno de agua limpísima y aromatizada, donde dispuso que su prometida Maiouma nadase desnuda a la luz de la luna, antes de serle llevada a la cámara nupcial: y refieren las crónicas arábigas que Yusuf de Granada gozó a su favorita Jandaya teniendo por tálamo un montón que mandó formar deshojando las rosas más encendidas y rojas que pudieron cogerse en el Generalife; pero estas son exageraciones de historiadores, o fantasías de poetas, que resultan pobres y mezquinas comparadas con los modos que Carolina inventaba para enloquecer a su amante.

Inventaba mil tormentos armándole trampas para ver si caía o no caía. Tan odioso llegó a serle aquel hombre, que al fin se dejó ella caer. Metiose adrede en la trampa, conociéndola, por gusto de jugarle una partida al muy majadero, porque así se vengaba de las muchas que le habían jugado a ella.

Se creía estar oyendo a la persona que imitaba. Pero sólo en el seno de la confianza le gustaba mostrar esta habilidad. Algunas veces, cuando estaba de humor, inventaba una recepción palaciega. Hacía sentar a Clementina en un trono que armaba rápidamente en medio de la sala. Los ministros, los altos personajes de la política desfilaban por delante de la reina y pronunciaba cada cual su discurso.

La lucha industrial y los egoístas deseos de lucro tomaban un carácter de abnegación patriótica. Si un país inventaba un cañón enorme, al año siguiente el país adversario producía otro dos veces más grande. Sobre las olas todavía era más disparatada esta exageración de los medios ofensivos.

Don Marcelo, al hacer averiguaciones sobre los trabajos del artista, no podía contener su indignación. Los dos veían todas las mañanas las primeras horas de luz: el padre al saltar del lecho; el hijo camino de su estudio, para meterse entre sábanas y no despertar hasta media tarde. La crédula doña Luisa inventaba las más absurdas explicaciones para defender á su hijo. ¡Quién sabe!

Faltábale tiempo a la buena señora para dar parte a sus amigas del feliz suceso; no sabía hablar de otra cosa, y aunque desmadejada ya y sin fuerzas a causa del trabajo y de los alumbramientos, cobraba nuevos bríos para entregarse con delirante actividad a los preparativos de boda, al equipo y demás cosas. ¡Qué proyectos hacía, qué cosas inventaba, qué previsión la suya!

Lúgubres visiones le robaban el sueño, y los pormenores del suplicio se reproducían en su memoria, suscitados por la tiniebla y el silencio. Era hermoso morir con aquella valentía. Sin embargo, en caso semejante, él hubiera hablado a la muchedumbre. Inventaba entonces en su cabeza discursos extraordinarios.

»Terminó la comida en menos de tres cuartos de hora, aunque yo hubiera jurado cosa bien diferente, y continuó la noche, a pesar de ello, andando, para , a paso de carreta. Cuanto más combinaciones inventaba, más semejanzas iba hallando con las cataduras de mis tías.