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Actualizado: 18 de junio de 2025


El Juan Ortiz arriba con presteza Su oficio de justicia gobernaba, Con gran solicitud, y sin pereza, Quimeras nunca oidas inventaba. Aquel haberse visto en gran riqueza, Y verse de ella ageno, le cegaba Su razon de manera, que tropieza Por esto, é hiere siempre de cabeza. No quiere sujetarse á otro consejo; El suyo, dice, que es el mas seguro. Un dia le hallé con sobrecejo, Pregúntole, qué hace?

El P. Gil quedó más sorprendido que enojado de aquel desprecio. Viendo que sus compañeros prescindían de él, prescindió de ellos sin gran pesar. Sólo hablaba con el P. Norberto y con D. Miguel. El viejo párroco, a quien se había privado de la jefatura de hecho, mantenía, no obstante, con tesón su derecho, inventaba mil trazas de demostrarlo al vecindario.

Se estará dos años sin probar el pan, con tal que sus hijos lo coman. Ya ve la señora si soy desgraciada. Dos años hace que José empezó con estas incumbencias. ¡Se pasaba las noches en vela, sacando de su cabeza unas fábulas...!, todo tocante a damas infieles, guapetonas, que se iban de picos pardos con unos duques muy adúlteros... y los maridos trinando... ¡Qué cosas inventaba!

Lo de Venecia es evidentemente fantasía de aquéllas que continuamente inventaba el autor de las Relaciones; no lo es menos el retiro pensado en Inglaterra. ¡Protectores allí! Después de la desgracia y suplicio del Conde de Essex, seguido de la muerte de Antonio Bacon, en 1601, no le quedaban más que enemigos.

El corcovadito quedaba victorioso, fingía arrepentimiento, se acercaba a la joven para acariciarla y darle un beso, y luego que se iba el señor Fernández volvía a los improperios y a las obscenidades. Reía, se mofaba de su hermana, e inventaba nuevas fechorías.

Es el tratamiento más eficaz para combatir eso... Dígamelo usted a , que durante una temporada he estado como usted... muchísimo peor. Yo inventaba religiones; yo quería que todo el género humano se matara; yo esperaba el Mesías... Pues aquí me tiene tan sano y tan bueno». Y volviendo al grupo principal: «Nada, hay que dejarle. Eso le pasará. ¡Pobrecito!, me da mucha lástima».

Quintanar inventaba sofismas y hasta mentiras para estar fuera, en su despacho, en el Parque. «¡Qué gran cosa eran el Arte y la Naturaleza! En rigor todo era uno, Dios el autor de todo». Y respiraba don Víctor las auras de abril con placer voluptuoso, tragando aire a dos carrillos.

Hace poco tiempo usted era el único que realmente había sabido, según ella, despertarle amor. Es cierto que lo mismo le decir en ocasión de otro festejo... Ahora Charito inventaba, atribuía a su amiga palabras que no le había oído nunca, o transformaba las cosas en el sentido que mejor convenía a su demostración. Sus escrúpulos desaparecían por la idea de consultar el interés de Muñoz.

Esto era claro como la luz. Pero a ratos, meditando, pensando en su delito, en su doble delito, en la muerte de Quintanar sobre todo, al remordimiento, que era una cosa sólida en la conciencia, un mal palpable, una desesperación definida, evidente, se mezclaba, como una niebla que pasa delante de un cuerpo, un vago terror más temible que el infierno, el terror de la locura, la aprensión de perder el juicio; Ana dejaba de ver tan claro su crimen; no sabía quién, discutía dentro de ella, inventaba sofismas sin contestación, que no aliviaban el dolor del remordimiento, pero hacían dudar de todo, de que hubiera justicia, crímenes, piedad, Dios, lógica, alma.... Ana. «No, no hay nada, decía aquel tormento del cerebro; no hay más que un juego de dolores, un choque de contrasentidos que pueden hacer que padezcas infinitamente; no hay razón para que tenga límites esta tortura del espíritu, que duda de todo, de mismo también, pero no del dolor que es lo único que llega al que dentro de ti siente, que no se sabe cómo es ni lo que es, pero que padece, pues padeces».

Y sin embargo, si cuando inventaba mil artificios pasmosos para defender á Siracusa se hubieran burlado de él los periodistas de entonces, diciéndole mil cuchufletas y poniéndole en caricatura, aquel varón tan sabio se hubiera atolondrado, se hubiera hecho un lío y no hubiera dado pie con bola dudando él mismo del resultado de su ciencia; resultado que, por virtud de previas disposiciones y á pesar de temores y dudas, hubiera al fin naturalmente sobrevenido.

Palabra del Dia

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