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Alma de esta liga era un marino audaz y experto, llamado Aga Mahamud, el cual tenía gran crédito y alto nombre, y había llegado a reunir bajo su mando una poderosa flota de más de cincuenta ligeras y bien artilladas fustas, sin contar varias galeras, almadías, zambucos y otros pequeños bajeles, cuyos tripulantes, aunque de diversas razas, lenguas y creencias, eran todos gente desalmada y fiera, avezada a la mar, sufrida en los trabajos y despreciadora de los peligros.

Morsamor y Tiburcio se apresuraron luego a llegar donde combatían la galera de don Jorge y el grueso de la flota portuguesa contra las fustas de Aga Mahamud, en las cuales hizo Morsamor tremendo estrago con la artillería y arcabucería de su nave, cooperando eficazmente a la victoria una audaz estratagema de Tiburcio, porque desordenó las fustas de Aga Mahamud penetrando en sus filas como si su fusta fuese aún una de ellas y no hubiese pasado a poder del enemigo.

Interrogado por él el del esquife fugitivo habló de este modo: Yo, que me llamo Antonio Vaz, y los que vienen conmigo, formábamos parte de la tripulación de la galera que mandaba Diego Fernández y que había ido a ponerse a la entrada del estero para impedir que las fustas de Aga Mahamud penetrasen en él y fuesen a combatir la fortaleza, ya desde el agua, disparando bombardas, arcabuces y flechas, ya desembarcando gente a fin de tomarla por asalto, con el auxilio de los hombres de armas que Hamet, gran enemigo de los portugueses y dominador hoy en Chaul, ha enviado contra nosotros.

Para los Febrer era todo cuanto arrojaban en el inmediato muelle las galeras de alto castillo, las cocas de pesado casco, las ligeras fustas, las saetías, panfiles, rampines, tafureas y demás embarcaciones de la época, y en el inmenso salón columnario de la Lonja, junto a los fustes salomónicos que se perdían en la penumbra de las bóvedas, sus abuelos recibían como reyes a los navegantes de Oriente, que llegaban con anchos zaragüelles y birrete carmesí, a los patronos genoveses y provenzales, con su capotillo rematado por frailuna capucha, a los valerosos capitanes de la isla, cubiertos con la roja barretina catalana.

En balde reclamó Jorge Brito del rey Achin la entrega de mercancías, de armas y hasta de portugueses cautivos, de que se había apoderado por sorpresa o aprovechándose del naufragio de dos buques de Portugal en aquellas costas. En dos fustas y con menos de trescientos hombres de desembarco navegó contra la corriente del río hacia la capital de los achineses.

Atacada nuestra galera por cinco fustas de Aga Mahamud había perdido mucha gente. Apenas quedaba esperanza de salvación. La chusma de forzados, moros y gentiles, que estaba al remo empezó a rebelarse, gritando en su lengua a los de las fustas que se acercasen sin temor, que ya poca resistencia hallarían y que ellos procurarían ayudarlos y salvarse.

En suma, las fustas de Aga Mahamud tuvieren que retirarse todas con grandísima pérdida y quebranto, y don Jorge, a hora de medio día hizo resonar las trompetas y clarines en señal de victoria, si bien no se resolvió a perseguir la armada de los infieles. La situación en que estaba la fortaleza le atraía antes que todo. Era menester libertarla de los sitiadores que Hamet había mandado contra ella.

Oída esta relación de Antonio Vaz, Morsamor le animó y le tomó por guía para que le llevase hacia donde estaban las dos fustas y los pequeños bateles que le habían perseguido.

Y como ya no había que hacer cara a las fustas de Aga Mahamud, los más aptos y valerosos de los hombres que tripulaban la flota portuguesa desembarcaron no lejos del castillo, que sólo defendían sesenta hombres, los cuales, de acuerdo con los desembarcados, a quienes desde las almenas y saetías vieron llegar, hicieron a tiempo una salida muy vigorosa, cayendo sobre los sitiadores a quienes los desembarcados atacaron por el flanco y por la espalda.

Ofrecióse naturalmente a la inteligencia entre tantos incentivos de investigación, el de los bajeles con que quedó rota la barrera temerosa del Océano, vehículos en que el insigne almirante y la gente española llevaban la Cruz civilizadora y habían de traer el conocimiento de un Hemisferio ya ligado al viejo; vehículos por muchos considerados malas barcas desprovistas de cubierta; por no pocos estimados como Fustas incapaces casi de navegar, y por los más y más entendidos, embarcaciones pequeñas y toscas de estrafalaria forma, lanzadas á merced de las olas con insuficientes medios de propulsión y de gobierno.