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Ahora, oídme bien: entre Falsburgo y San Dié hay varios desfiladeros para la infantería, pero no hay mas que un camino por el que puedan pasar los cañones: es la carretera de Estrasburgo a Raon-les-Leaux, que va por Urmatt, Mutzig, Lutzelhouse, Framont y Grand-Fontaine. Una vez dueños de tal entrada, los aliados podrán invadir la Lorena.

Los dos muchachos se pasaron las carabinas a la espalda a modo de bandolera, y, dejando a la izquierda el valle del Brocque, Schirmeck y Framont, subieron la empinada cuesta del Hengsbach, que domina, a una distancia de dos leguas, al pequeño Donon; bajaron por la falda opuesta, sin seguir ningún sendero en la nieve, guiándose sólo por las cimas para cortar terreno.

Los alemanes, amontonados en Grand-Fontaine, huían en bandadas hacia Framont, unos a pie, otros a caballo, aligerando el paso, arrastrando pesados cajones, arrojando las mochilas y mirando para atrás, como si temieran que los franceses les fueran a los alcances.

El enorme contrabandista, montado en un altísimo rocín de musculosa y reluciente grupa, se volvió sonriendo para ; agitó luego la espada con un ademán expresivo, y la tropa se perdió en los pinares. En aquel momento los alemanes, con las piezas de ocho, llegaban a la meseta y se formaban en batería, mientras que la columna de Framont trataba de escalar la ladera.

En efecto; una nueva columna, mucho más fuerte que la primera, salía de Framont a paso de carga y subía hacia los parapetos. Divès no decía una palabra; Hullin, reprimiendo su indignación, se tranquilizó súbitamente ante la gravedad del peligro.

¡Bah! interrumpió Hullin, que veía iniciarse una disputa entre los dos hombres, poco conciliadores por naturaleza ; dejemos eso; todo el mundo ha cumplido con su deber, que es lo principal. Y luego, dirigiéndose a Materne, añadió: Acabo de enviar un parlamentario a Framont para comunicar a los alemanes que pueden venir a retirar sus heridos.

Hullin, solo, frente a una amplia mesa de pino, pensaba en todo. Por las últimas noticias recibidas durante la noche, que anunciaban la llegada de los cosacos a Framont, estaba convencido de que el primer ataque tendría lugar al día siguiente. Había mandado distribuir los cartuchos, reforzado los centinelas, organizado patrullas y señalado los puestos convenientes, a lo largo de los parapetos.

Los hombres que formaban la partida vivaqueaban en los alrededores; a sus pies se descubrían Grand-Fontaine y Framont, presos en una estrecha garganta; más lejos, en la curva del valle, Schirmeck y los viejos residuos de ruinas feudales; por último, en las ondulaciones de la montaña, el río Bruche se aleja haciendo zigzags entre las brumas grises de Alsacia.

Aquella noche, hacia las dos de la madrugada, comenzó a nevar; al despuntar el día hubo necesidad de ponerse en movimiento y de darle de firme a las suelas. Los alemanes habían abandonado Grand-Fontaine, Framont y Schirmeck. Lejos, muy lejos, en las llanuras de Alsacia, se veían unos puntos negros, que eran sus batallones en retirada.

El señor Juan Claudio llegó hasta el extremo de la meseta y, dirigiendo la vista hacia Grand-Fontaine y Framont, que se hallaban a tres mil metros debajo de él, vio lo siguiente: Los alemanes, que habían llegado el día antes, a la caída de la tarde, pocas horas después que los cosacos, habían pasado la noche en las trojes, en los establos, en los cobertizos, y en aquel momento se agitaban como un hormiguero.