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Contentóse con murmurar fatídicamente rechinando un poco los dientes: ¡Me parece que voy a ponerte yo la vergüenza que no tienes! El encuentro con la querida de Salabert en el momento en que se hallaba en lo más culminante de sus confidencias, le había turbado, y por eso no había despegado los labios.

El Emir se había despegado de sus compañeros para ejecutar un solo de danza. Acompañado por la flauta y agitando entre ambas manos un pañuelo rojo, bailó frente a Nélida, como si la dedicase todos sus gestos y contorsiones. Movía las caderas con femenil vaivén, lo mismo que las almeas, provocando grandes risas por sus estremecimientos lascivos.

Y yo me decía: «Cuando sea hombre, he de ser igual al patrón...» Aunque usted me vea ahora así, yo he sido muy pinturero y me ha gustado imitar a las personas que valen. Los primeros días que Jaime pescó en el Vedrá olvidábase de mirar al agua y al aparejo que tenía en la mano, para fijarse en el coloso que se alza sobre el mar, despegado de la costa.

Fernanda no había despegado los labios durante la comida. Todos los esfuerzos de Granate, a quien la amabilidad de Emilita había colocado cerca de su apetecido dueño, resultaron infructuosos.

Admitiendo esto como cierto, fácilmente puede ser comprendida y apreciada la personalidad de don Juan de Todellas, caballero madrileño y contemporáneo nuestro, cuya manía consiste en cortejar y seducir el mayor número posible de mujeres, con una circunstancia característica: y es, que así como hay quien se deleita y entusiasma con las ciencias, no en razón de las verdades que demuestran, sino en proporción del esfuerzo que ha menester su estudio, así don Juan, más que en poseer y gozar beldades, se complace en atraerlas y rendirlas; por donde, luego de lograda la victoria, viene a pecar de olvidadizo y despegado, entrándosele al alma el hastío en el punto mismo de la posesión.

Poco era menester para que quien estaba tan despegado de los afectos de la carne y sangre se rindiese á la voluntad divina que le llamaba á la Compañía, en que á 13 de Agosto de 1671 le recibió el doctísimo P. Diego de la Fuente Hurtado, el cual descubriendo con luz soberana, y anteviendo los fines á que Dios tenía destinado al nuevo Jesuita, pronosticó de él cosas grandes en el servicio de Dios y aumento de la santa Iglesia, y de allí adelante le amó siempre y le veneró como á santo.

Intenté explicar mi repentino alejamiento, sin herirla a ella ni a don Oscar. Pero estaba tan confuso y avergonzado, que no dije más que tonterías. Doña Tula estuvo amabilísima conmigo; pero cuanto más lo estaba, más seria y cejijunta se ponía Gloria, que no había despegado ni despegó los labios durante nuestra plática.

Entonces comenzó para ésta una vida bien miserable. Tristán apenas le hablaba: algunas veces se sentaban a la mesa y se levantaban sin haber despegado los labios. Sólo se dirigía a ella alguna vez cuando necesitaba desahogar su mal humor para reprenderla ásperamente, para injuriarla también en ocasiones. La joven contestaba a estas violencias con lágrimas y sollozos.

En su interior éramos siete personas que no habíamos despegado los labios desde que uno de aquellos saltos vino a dejar sin concluir la última cita poética del juez, mi honorable vecino.

Desde que supiera el propósito de su hija se mostraba con ella despegado, la trataba con extraordinaria dureza; en todas ocasiones, pero sobre todo a la hora de comer, hacía befa de su devoción y se complacía en atormentarla con burlas sangrientas que le hacían llorar. Y no sólo con palabras, sino también con obras la torturaba despiadadamente.