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Á todo esto se aproximaba el fin del año 1596, no habiendo pasado de buenas palabras las ofertas de honras y beneficios; Antonio Pérez no era todavía Caballero del Espíritu Santo, ni Obispo, ni más que pensionado con demoras é intermitencias, sin que la táctica de lamentaciones y amenazas de buscar nuevo amo, seguida siempre que las circunstancias la recomendaban, diera el apetecido resultado.

El deseo de llegar cuanto antes a este final apetecido era lo que le hacía audaz y acallaba sus temores de una probable ruina. Los que le habían conocido en otros tiempos asombrábanse por el cambio radical de su carácter. Su tío don Juan no hablaba ya con él. Un día dio por roto el parentesco, faltándole poco para que pegara a su sobrino.

La hermosa que le tenía sorbido el seso era una dama principal de Andalucía, la condesita del Padul, joven de diez y nueve años, heredera de una inmensa fortuna. La amaba y se creía correspondido; no porque ella hubiera soltado aún el apetecido, sino porque había dado de ello tales muestras tácitas que Villa no podía resistirse más tiempo a creerlo.

En todos los tiempos el servilismo de los gobernados ha sido particularmente grato a los gobernantes y recompensado especialmente por éstos, y en todos los tiempos se ha brindado a los potentados imaginarios con el manjar más apetecido por los potentados reales.

Porque el viento hace temblar sus nidos de barro. Y buscan en los estanques el reposo apetecido. Cuando la viuda de la aldea se arrodilla sobre los hilos que se desprenden de su rueca. Pagando con el rezo su tributo a los muertos: Siento en mi pecho un canto sonoro, que no es del goce de la vida. Ni es producido por los recuerdos de mi infancia.

Ya se sabe que siendo el objeto de la caballería producir un gran sacudimiento y pavor en las filas enemigas por la violencia del primer choque, cuando éste no da el resultado apetecido, y se empeñan combates parciales entre los caballos y una numerosa infantería, los primeros corren gran riesgo de desaparecer, brutales masas, devoradas en aquel hervidero de agilidad y destreza.

La base de su humorismo era aquella forma del pensamiento que los retóricos llaman ironía, y que consiste en expresar lo contrario de lo que se siente. Al mismo tiempo sabía dar cierta inflexión solemne a sus palabras y mantener su rostro en equilibrio para que la frase obtuviera el éxito apetecido. Gozaba en mofarse de todo el mundo, y principalmente de los pollastres enamorados.

Leto, felicitándose por salir tan fácilmente del atolladero en que se había visto, se arrimó más a Nieves; la cual le entregó el clavel aplastado y marchito, para que no se cayera del álbum mientras le hojeaban. Hojeándole y andando, llegaron al sitio apetecido; y por llegar a él, después de ponderarle mucho Nieves, dijo a Leto: Yo no quiero dibujar. ¡Que no? exclamó Leto asombrado . ¿Y por qué?

Compré todos los periódicos de la mañana, y en la mayor parte se daba cuenta de mi lectura con frases muy laudatorias, aunque no tanto como yo hubiera apetecido. Un poeta, en materia de elogios, jamás dice en su fuero interno: «BastaPero, en fin, esto era natural que sucediese, y no fue lo que turbó mi felicidad.

La fuerza de la atracción, por imperio de la necesidad, arrastra, en tales casos, lo que flota indeciso y como al azar, hacia su centro apetecido.