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Poco importa que allá en sus altas teorías, la honradez, la lealtad y la sinceridad sean palabras destituidas de sentido, puesto que nada significan ni pueden significar, en no admitiendo un órden moral; el filósofo arrostra sin vacilar una inconsecuencia, ó mejor diremos, ni aun repara en ella: las ideas y sentimientos morales se agitan en su alma desde el momento que se le llama inmoral: deja de ser sofista y vuelve á ser hombre.

Hay absurdo, pero hay al menos la consecuencia de la absurdidad. El argumento que acabo de proponer fundado en la extension, si bien es concluyente en todos los supuestos, lo es mas, si cabe, admitiendo con Descartes que la esencia de los cuerpos consiste en la extension. En este caso, las varias partes de la extension se distinguen esencialmente, pues cada parte constituye una esencia.

Predica usted a una convertida dijo la abuela. Magdalena piensa como usted... Usted es para ella la ley de los profetas... Sin embargo, admitiendo que tenga usted razón, ¿todas esas bellas cosas mejorarán la situación de las solteronas?... Esa es la cuestión.

La experiencia por otra parte muestra, que hombres constituidos en grandes dignidades han adoptado opiniones ridículas y vanísimas: y discurriendo por la antigüedad, fuera facil traer á la memoria muchos exemplos; de suerte, que apenas se hallará Ciencia alguna, en que no se hayan extraviado sugetos de mucho caracter, admitiendo errores, y propagándolos como verdades certísimas.

Ni emplearé calificaciones duras ni emitiré elogios apasionados; contaré lo que he visto y nada mas. Es una opinion casi recibida generalmente, la de creer que la Inglaterra marcha á la cabeza de la civilizacion; no admitiendo yo semejante teoría, es de suponer que mis apreciaciones no sean por todos admitidas: yo las expondré sin embargo, con la seguridad de que son fundadas.

No había ejemplo de que ninguna hembra vasca, por alta que fuese su posición social, se negase á este honor. Aresti había visto á señoras de la rancia nobleza admitiendo el aurresku con campesinos y marineros. Era una danza ceremoniosa y parca en los contactos; el hombre y la mujer apenas si en las diversas figuras se tocaban las puntas de los dedos.

Un día le embargaron todo, y Estupiñá salió de la tienda con tanta pena como dignidad. ii Aquel gran filósofo no se entregó a la desesperación. Viéronle sus amigos tranquilo y resignado. En su aspecto y en el reposo de su semblante había algo de Sócrates, admitiendo que Sócrates fuera hombre dispuesto a estarse siete horas seguidas con la palabra en la boca.

Pero que, si por el contrario, era yo un positivista convencido, creyendo en la evolución constante y por lo tanto en el encadenamiento de los seres organizados, tendría que ser lógico admitiendo que el negro, como el caballo, como el toro o las aves se encontraba a un nivel bien inferior al nuestro y podíamos, en consecuencia, utilizarlo legítimamente en la satisfacción de nuestras necesidades ¡Pero a eso paso, usted aceptaría hasta la práctica de comernos a los negros! ¡No, porque la carne de vaca es mejor y las vacas no pueden cortar la caña ni recoger el tabaco! ¡Aquel hombre era un socialista en absoluto y no caían de sus labios sino planes de reforma con vistas a la felicidad humana sobre la tierra!...

Admitiendo esto como cierto, fácilmente puede ser comprendida y apreciada la personalidad de don Juan de Todellas, caballero madrileño y contemporáneo nuestro, cuya manía consiste en cortejar y seducir el mayor número posible de mujeres, con una circunstancia característica: y es, que así como hay quien se deleita y entusiasma con las ciencias, no en razón de las verdades que demuestran, sino en proporción del esfuerzo que ha menester su estudio, así don Juan, más que en poseer y gozar beldades, se complace en atraerlas y rendirlas; por donde, luego de lograda la victoria, viene a pecar de olvidadizo y despegado, entrándosele al alma el hastío en el punto mismo de la posesión.

A estas condiciones satisface cumplidamente la naturaleza: el punto existe; y la realidad no tiene la culpa de la limitacion de nuestra experiencia. El punto existe admitiendo cualquiera de las dos opiniones arriba mencionadas. Ateniéndonos á la que está en favor de los puntos inextensos, resulta sin ninguna dificultad existente el centro de gravedad, en toda su pureza científica.