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Resultaba, pues, como ya queda apuntado, que en la casa de los amos sólo vivían D. Acisclo, doña Luz y su criada Juana. Tomás, el antiguo criado del marqués, vivía en la casa solariega con un mozuelo que le ayudaba a cuidarla y a cuidar también el hermoso caballo negro de la señorita. El aperador y los suyos hacían rancho aparte y tenían una cocinilla moruna donde guisaba la aperadora.

No dormían juntos, sino en habitaciones muy distantes; pero el marido, en cuanto se levantaba, que no era tarde, tenía la obligación de correr a la alcoba de su mujer a cuidarla, a preparárselo todo, porque la criada tenía irremediable torpeza en las manos; y en esta parte Emma hacía a su Bonifacio la justicia de reconocerle buena maña y dedos de cera.

Nada, que estoy decidido a cuidarla como si fuera mi cara mitad. No; si no es preciso que usted se moleste. Crea que me siento regular esta noche, casi bien. Anoche ¿sabe?, estaba peor. Pues me estaré hasta las doce o la una. Me pondré a leer La Correspondencia o a jugar al tute con el señor de Izquierdo. Y si la veo a usted tranquila y dormida, me retiraré. Si no, aquí me estoy de centinela.

Haría tan mala obra en un momento de enajenación mental; pero Fausto debió preverlo, y en vez de ir á retozar con las brujas, poner á Margarita en una buena casa, cuidarla y darle bien de comer, y separar al niño de su lado para que no hubiese aquel estropicio que después hubo.

Desvívase usted por dar gusto en todo a una persona, por tenerle las cosas a punto, por cuidarla cuando está enferma... Tuéstese usted la cara al lado del fuego todo el día... Métase en el río hasta media pierna para lavar la ropa, y coja un reumatismo... Pase las noches en claro, cuidando de la lejía... Y mañana u otro día, si falta esa persona, irá una, si a mano viene, a pedir una limosna... mientras la familia, que en la vida se ha acordado del santo de su nombre, se divertirá y triunfará en grande con el dinero que le quede...

Reñir a Bonifacio llegó a ser su único consuelo; no pudo prescindir ni de sus cuidados ni de pagárselos con chillerías y malos modos. ¿Qué duda cabía que su Bonis había nacido para sufrirla y para cuidarla?

Yo no los conocía; pero ahora le tomé cariño a ella, y eso de irme, dejándola tan mala.... ¡Por vida de!... ¿no tiene papá, tía, hermano? ¡que vengan con mil diablos a cuidarla! A nosotros ¿qué nos va en eso? Si tienes vocación de Hermana de la Caridad, dijéraslo y no te casaras, hija... tu obligación es atender a tu marido y a tu casa, nada más....

Cuidarla murmuró Francisca con irónica piedad. Pero esos hombres son tan detestables enfermeros... Es cierto dijo la abuela, que se debería vigilar escrupulosamente la salud de la mujer lo mismo que la del hombre en todos los matrimonios, y, en caso de incertidumbre, prohibirles una unión llena de peligros. ¡Cómo! exclamó asombrada. Ahora es la abuela partidaria del celibato... ¡Qué conquista!...

La buena Rita miró a don Manuel con asombro, y viendo tan cerrado su semblante y tan resuelta su actitud, tomó a la pequeña en sus brazos con blandura, y comenzó a cuidarla con sumisión y esmero. La niña no se mostró ingrata a esta solicitud, y desde el día de su llegada se hizo un puesto de amor en el palacio de Luzmela. ¿Cómo te llamas? le había preguntado Rita con mucha curiosidad.

Verdad es que él fue el causante del mal; pero justo es reconocer que no podía hacer más por llevar a la cima la empresa de repararlo. Ha dedicado a Magdalena todo el tiempo que le ha sido posible, consagrándose a cuidarla y reanimándola con su cariño y su tierna solicitud; y estoy seguro de que ella sola ha ocupado su pensamiento en todo instante.