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Dos eunucos cristianos, sin embargo, uno natural de Granada y otro venido del Oriente, llamados el primero Rogelio y el segundo Serviodeo, aquel monge y anciano, este mozo y de estado á nosotros desconocido, penetran denodadamente en la mezquita mayor un viernes, en ocasion de hallarse el templo todo lleno de gente allí congregada para hacer su azala.

Estando la ciudad asì poblada, La Trinidad por nombre le pusieron, Y la gente en cabildo congregada, Alcaldes ordinarios eligieron. En esto en Santa gran melonada Se junta de mestizos, y escribieron A Tucuman, al Abrego, diciendo Lo que entre ellos andaban mal urdiendo.

Filipo el Sábio, rey muy poderoso, Que en suerte el Nuevo Mundo le ha cabido, Del aumento cristiano codicioso, Al Paraguay obispo ha proveido, Del órden Franciscano religioso, D. Pedro de la Torre es su apellido: Urue por General de la armada, Que fué para este efecto congregada.

Una multitud de hombres barbudos, vestidos con trajes obscuros y sombreros de copa alta, casi puntiaguda, de color gris, mezclados con mujeres unas con caperuzas y otras con la cabeza descubierta, se hallaba congregada frente á un edificio de madera cuya pesada puerta de roble estaba tachonada con puntas de hierro.

Puede afirmarse que entre toda aquella multitud allí congregada no había figura de aspecto tan vistoso y bizarro, á lo menos en lo que hace al traje, como la de aquel capitán. Llevaba el vestido profusamente cubierto de cintas, galón de oro en el sombrero que rodeaba una cadenilla, también de oro, y adornado además con una pluma.

En las primeras noches no se trataron en la reducidísima asamblea congregada en el gabinete de la dolorida viuda, otros asuntos que los que tuvieran alguna relación, por remota que fuese, con «el inolvidable suceso»; verbigracia, su resonancia en la opinión pública; este dicho o el otro comentario, en son de alabanza, por supuesto; los funerales, el entierro, la estadística de los concurrentes, de los carruajes y de las libreas; los pésames oficiales recibidos... ¡hasta de Palacio!, los telegramas, las cartas, las tarjetas, los recados; cuántos y cuántas, de quiénes y de dónde; las visitas, en cuerpo y alma, de este Grande y de aquel senador, del ministro X y del general Z, de la duquesa H y de la princesa J..., y así hasta el infinito; pues como «todo Madrid» anduvo metido en el ajo, según resultó de la cuenta, ya hubo paño en que cortar para entretenimiento de la viuda y no desagrado de la hija; en modo alguno por honrar más la memoria del muerto, que les tenía sin cuidado, sino porque con todo ello se halagaba la vanidad de su familia, en lo cual estaban perfectamente acordes ésta y los tertulianos, aunque no lo declaraban por derecho.

Toda la comarca congregada en duelo, enviaba, en alas del viento, un prolongado y general gemido. Nada había dispuesto en el cementerio para una sepultura definitiva. La muerte nos había sorprendido sin tumba. Pero no tuvo tiempo de hacerlo; solamente había indicado vagamente alguna vez el deseo de ser enterrada en Saint-Point.

En una isla pequeña despoblada Saltando, un fuerte hace de repente: La gente Lusitana congregada Le envía á ofrecer alegremente, Que de ellos ha de ser muy regalada, Que lleve donde estan toda su gente. No quiere sus regalos, les responde, Y la plata tierra bien la esconde.

Parecíale que daba vueltas constantemente por aquella maldita plataforma, siendo el hazmerreír de toda la ciudad congregada abajo; luego, pensaba en ese infame Tistet Védène y en la bonita coz con que iba a obsequiarle al día siguiente por la mañana. ¡Oh, amigos míos, vaya una coz!