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En los numerosas sociedades de recreo que ocupaban casi todos los bajos de la calle Larga, no se hablaba de otra cosa. ¿Qué más querían los trabajadores de las viñas?... Ganaban un jornal de diez reales, comían en lebrillos la menestra que ellos mismos se arreglaban sin que el amo interviniese; tenían una hora de descanso en invierno y dos en verano, para no caer asfixiados sobre la tierra caliza que echaba chispas; les concedían ocho cigarros durante la jornada y por las noches dormían, teniendo los más de ellos una sábana sobre las esterillas de enea.

Durante el viaje los guardias tratáronle muy cortésmente, dejando traslucir que no concedían importancia alguna a su delito, y que sospechaban que todo se quedaría en agua de cerrajas; pero no consiguió hacerles decir si Tomás había estado en Lada a denunciarlo. Dejáronlo en la cárcel, alojado en el mejor cuarto, que era todavía muy sucio y destartalado.

Le inspiraba profundo respeto aquel devoto al que trataban con gran deferencia todos los Padres, permitiéndole fumar en su cuarto y bajar á la huerta á todas horas, con otros privilegios no menos importantes que sólo se concedían á muy contadas personas. El visitante que él acompañaba también adquiría una importancia inmensa ante sus ojos, por tratarse tan afectuosamente con el personaje.

Hecho esto, puesto ya que los otros habían pasado adelante en tanto que ellos se disfrazaron, con facilidad salieron al camino real antes que ellos, porque las malezas y malos pasos de aquellos lugares no concedían que anduviesen tanto los de a caballo como los de a pie.

Cuando Colón, vagabundo de incierta nacionalidad, andaba por Palos no sabiendo qué hacer. Pinzón le escuchó y le animó con sus informes de viejo navegante del Océano convencido de la existencia de nuevas tierras. Los reyes concedían su licencia al aventurero para el primer viaje, pero con esto no se adelantaba su realización.

La certificación es del tiempo del emperador Galieno y se dirige al Ayuntamiento de Hermópolis para que honre, como debe, al referido Horión, natural de dicha ciudad. A los vencedores en los juegos se les concedían no pocos privilegios y distinciones, exención de ciertos tributos y hasta pensiones, á veces.

Fue gentilhombre con ejercicio y disfrutó de las ventajas y preeminencias que su caudal y nacimiento le concedían; pero no bastaban a saciar aquel corazón henchido de arrogancia. La extraña amalgama de la aristocracia de la sangre con la del dinero le hería y le irritaba.

A lo sumo concedían que comería cañamones. Los expertos no se aturdían por estos improperios convencionales, que eran allí el buen tono; insistían y acababan por sacar tajada, si la había. La virtud y el vicio se codeaban sin escrúpulo, iguales por el traje que era bastante descuidado.

La Merlatti, exclamaron otros. La Tiplona, la Merlatti había sido el microcosmos del romanticismo músico del pueblo. Era una tiple italiana que aquellos provincianos hubieran echado a reñir con la Grissi, con la Malibrán, sin necesidad de haber oído a estas. No concedían aquellos señores formales que en este mundo se hubiera oído cosa mejor que la Merlatti... ¡Y qué carnes! ¡Y qué trato!

En vano se decía, para apagar el grito de la conciencia, que la generala ya lo había deshonrado más de una vez; que si él no, otro sería; que el pecado a fuerza de repetirse había pasado a ser venial en la sociedad elevada; que lejos de rebajarle a los ojos de ella, sería una gracia más entre las muchas que le concedían.