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La Tiplona había vencido, y había vuelto a la ciudad en varias temporadas, y por último se había casado con un coronel retirado, dueño de aquella casa de la plaza del teatro, el coronel Cerecedo; y allí había vivido años y años dando conciertos caseros y admirada y querida del pueblo filarmónico, agradecido y enamorado de los encantos, cada vez más ostentosos, de la ex tiple.

Pero este y los demás Castrillos habían muerto tísicos. En cuanto a ellas, se habían dispersado, mal casadas tres, monja una y perdida la otra por un seductor del provincial de Logroño, el capitán Suero». Al llegar a la casa número nueve el habilitado del clero suspiró con gran aparato. Ahí... todos ustedes recuerdan quién vivía el año cuarenta.... La Tiplona, dijeron unos.

Desde la Tiplona acá no se había visto jamás que unos cómicos permanecieran, por fas o por nefas, tanto tiempo en el pueblo. Casi se les tomaba por vecinos, y Julio y Gaetano ya discutían en el Casino, aunque con cierta discreción y medida, todas las candentes cuestiones de interés local.

Era más alta que cualquiera de los presentes, blanca como la nieve, suave como la manteca y de una musculatura tan exuberante como bien contorneada; montaba a la inglesa, tiraba la pistola, y había abofeteado en medio del paseo a la Tiplona, su rival la Volpucci, que también tenía sus aficionados.

Y ¡quién lo dijera!, también había muerto tísica, después de un mal parto. ¡La Tiplona!

Yo no soy orgullosa, yo no creo que mi apellido se desdore porque mi esposo trate a unos artistas; al contrario; si yo fuera hombre haría lo mismo. ¿No se casó la famosa Tiplona con un caballero de aquí? ¿Verdad, tío, que no nos ha parecido mal saber que Bonis trata a los cómicos mucho, muchísimo? Lo supimos por la señorita de Körner, ¿verdad, tío? Y yo hasta me puse hueca. Para que veas.

Esta era delgada, flexible como un mimbre y lucía más que la Tiplona en las fioriture; pero como voz y como carnes y buena presencia, no había comparación.

Nunca se había visto, ni en tiempo de la Tiplona, mientras esta fue cantante, que las partes de una compañía permanecieran un año seguido, y algo más, en la ciudad, fuera trabajando o en huelga.

Por fortuna la conversación volvió a la Tiplona, y con motivo de esto se recordó las óperas que se cantaban entonces y las que se cantaban ahora en comparación con aquellas. La verdad era que ahora no se cantaban óperas en el pueblo, pues casi hacía ocho años que no parecía por allí un mal cuarteto.

La Merlatti, exclamaron otros. La Tiplona, la Merlatti había sido el microcosmos del romanticismo músico del pueblo. Era una tiple italiana que aquellos provincianos hubieran echado a reñir con la Grissi, con la Malibrán, sin necesidad de haber oído a estas. No concedían aquellos señores formales que en este mundo se hubiera oído cosa mejor que la Merlatti... ¡Y qué carnes! ¡Y qué trato!