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Colón dijo Ojeda era de mayores conocimientos científicos que su consocio el marino de Palos; pero reconocía en éste más pericia en el arte de navegar, en el manejo de los buques y de los hombres... Hubo, efectivamente, un plazo de tres días; pero este plazo no se lo dieron al Almirante sus marineros, sino que fue él quien se lo concedió a Pinzón, que solicitaba cambiar de rumbo. Notábase a ambos lados de los buques señales de tierra, pero el Almirante continuaba siempre en la misma dirección, creyendo estar entre las islas de Cipango, o sea en el archipiélago japonés. «Todo aquello se vería a la vuelta

D. Marcos Jiménez de la Espada en el Boletín de la Sociedad geográfica de Madrid, t. El Diario de D. Cristóbal reza el 12 de Octubre de 1492. «El Almirante salió á tierra en la barca armada y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, su hermano, que era Capitán de La Niña.

Cuando Colón, vagabundo de incierta nacionalidad, andaba por Palos no sabiendo qué hacer. Pinzón le escuchó y le animó con sus informes de viejo navegante del Océano convencido de la existencia de nuevas tierras. Los reyes concedían su licencia al aventurero para el primer viaje, pero con esto no se adelantaba su realización.

Diego Martín Pinzón, el viejo de Palos. Francisco Pinzón, de Palos. Francisco Niño, de Moguer. Bartolomé Pérez. Gutiérrez Pérez, de Palos. Juan Ortiz, de Palos. Alonso Gutiérrez Querido, de Palos. Pedro de Lepe. Alonso Morales. Andrés de Huelva, grumete.

Y apenas se sigue la ruta de Pinzón, surge la pequeña isla antillana, etapa primera del gran descubrimiento, que dura luego más de un siglo... Tal vez nadie hizo tanto por la gloria de Colón como su consocio al cambiar de rumbo. Imagínese usted si el Almirante, en su prisa de ver al Gran Kan, sigue la primera dirección y va a dar en las costas actuales de los Estados Unidos.

Una tempestad que volcaba muchos navíos dentro del río de Lisboa alcanzábale en pleno Océano montando una carabela maltratada por la navegación en los mares de la India y que hacía agua por todas partes. Cree que Pinzón se ha perdido en el otro buque y que sólo queda él para dar al mundo la gran noticia: la gran noticia que todos ignorarán si él perece.

El capitán del primer Almirante, el socio de Vicente Pinzón, el compañero de Juan de la Cosa, el jefe de Américo Vespucio, veíase cada vez más olvidado. Era un desconocido para aquellos mozos que llegaban de España, pasando junto a él sin reconocer sus canas y sus méritos.

Y en este apuro, cuando veía su empresa próxima al fracaso, Martín Alonso Pinzón, el rico de Palos, el armador, que podía descansar para siempre de las penalidades del Océano, se ofreció con gallardo arranque a interesarse en la expedición y aventurar en ella parte de sus bienes, la mitad de lo que habían dado los monarcas.

Ahí tiene usted otra patraña, amigo Isidro: la pretendida mala fe de Pinzón con el descubridor; sus manejos para sublevarle la gente; el intento de las tripulaciones españolas de echar al agua al Almirante, volviéndose luego a su país; el plazo de tres días que concedieton para morir si no encontraba tierra...

Cuando llevaba navegadas setecientas leguas, comenzó a pensar con inquietud si el Asia estaría más lejos de lo que él creía, y fue entonces cuando Pinzón el mayor, el férreo Martín Alonso, con la testarudez de los hombres enérgicos, que esperan salir de un mal paso atropellándolo todo, le gritaba desde su carabela: «¡Adelante, adelante!».