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A veces, cuando nadie veía, levantábale en peso y acostándole sobre un escaño, trataba de animarle y hacerle reír con sus violentas cosquillas y estrujaduras. Los días de fiesta, el escudero prefería pasarlos en su propia covacha, jugando a los naipes con sus amigos.

Aquí se enterneció más Arturito y pasó de las lágrimas a los sollozos. Rafaela, algo conmovida y muy piadosa, se levantó de su asiento, se llegó a él y le dio para animarle tres o cuatro blandos cogotacitos con la blanca y linda mano.

Cuando se desea animarle, sostenerle, a veces compadecerle, se le pregunta y usted se encierra en la más absoluta reserva. ¿Qué quiere que diga, como no sea que aquel en quien usted confía, no es capaz de causar asombro a nadie y mucho me temo que defraude las esperanzas de sus buenos amigos?

JULIA. Pues aconseje a éstas que no se engrían con una ciencia de la que no conocen mas que los principios. El hombre que sea su marido, tendrá a gran felicidad enseñarles la práctica, si le parece bien. Además, será preciso animarle; lo que se cuida más en una comida son los entremeses y el postre. ¡Es importante no asombrarse ante las primeras sorpresas!

La condesa venía á verle todos los días, conversaba con él, le traía golosinas, le mimaba... pero ya no arreglaba la ropa. Su tristeza era visible para todos, que procuraban animarle, menos para ella. Una tarde, sin embargo, cuando estaba ya casi sano, la condesa asomó, como de costumbre, la cabeza y le preguntó si no se decidía á dar una vuelta por la huerta.

Habíanse sucedido al lado de él varias parejas de padrinos, fatigados de seguirle en el relampagueo de su trabajo; pero los que ahora le acompañaban tenían que gritar ¡haup, haup, haup! con más lentitud, esforzándose en vano por animarle y enardecerle, tirando de él con la palabra como si fuese una bestia cansada y vacilante que se encabritase bajo el látigo, sin poder salir de su paso.

Continuó andando, si es que puede llamarse andar lo que más bien parecía el esfuerzo vacilante de un niño á la vista de los brazos de su madre, extendidos para animarle á que se adelante.

Cerca del anochecer, cuando Mari Pepa y su hija recogían las respectivas labores y se sacudían las hilachas agarradas a los vestidos y apercibían las «nubes» y los mantones, diciéndole de paso a mi tío muchas cuchufletas por animarle, y goteaban las canales del tejado la nieve «derretida» por la lluvia que iba espesando, vino el médico otra vez.

Apoderarse del silencio ajeno es como quitarle a uno una moneda del bolsillo. Estas cosas hacían gracia, y aquella noche las rieron más, para animarle. Invitado por Juan a ir al Teatro Real, lo rehusó.

Vendría la deseada... «la nuestra»; y entonces, o no había justicia ni vergüenza, o don Cristóbal sería ministro del primer gobierno que se formase. Pero el aludido rechazaba este honor con sonriente modestia. Maltrana, para animarle, se incluía en el triunfo. El también sería algo, ¡qué demonio!... Se contentaba con una dictadura sobre la instrucción pública, para desasnar el país a palos.