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La condesa venía á verle todos los días, conversaba con él, le traía golosinas, le mimaba... pero ya no arreglaba la ropa. Su tristeza era visible para todos, que procuraban animarle, menos para ella. Una tarde, sin embargo, cuando estaba ya casi sano, la condesa asomó, como de costumbre, la cabeza y le preguntó si no se decidía á dar una vuelta por la huerta.

Pues si vamos al coche, no es posible imaginarse los temores, las agitaciones sin cuento que le costaba. Cada vez que el cochero le decía que un caballo estaba desherrado, era un disgusto. Tenía un tronco de yeguas francesas de bastante precio. Las mimaba tanto o más que a sus hijos. Sacábalas a paseo por las tardes; pero no le conducían al teatro por miedo a una pulmonía.

A su marido le quería, le cuidaba y le mimaba como la consorte más fiel y más amante. No había impedido esto que hubiese estimado después y querido de otra manera y con otros tonos y matices de cariño. Las mujeres, por lo común, no entienden que haya más que un solo cariño, que dan por completo a alguien o que reparten de este modo o del otro. Rosita no era así.

Ella, en tanto, hoy mimaba a Juan, mañana prefería a Pedro, igual cariño profesaba a los dos, pero cariño ciego, vacilante, inseguro, como si viviese condenado a la incertidumbre de su propia sinceridad.

Aresti sonreía ante la solicitud de acólito respetuoso con que mimaba á Sánchez Morueta, adivinando sus antojos de enfermo; la rapidez con que le ofrecía una cerilla, apenas se apagaba entre sus débiles dedos el cigarro con que le había alegrado poco antes. Doña Cristina miraba al joven, que parecía indeciso, no sabiendo cómo iniciar la realización de algo que había prometido.

Con tal modo de vivir, la chacha Ramoncica, si bien no tenía sino muy escasas rentas, apenas gastaba de ellas una tercera parte. Iba, pues, acumulando y atesorando, y pronto tuvo fama de rica. Sin embargo, jamás se sentía con valor de ser despilfarrada sino por empeño de su sobrino Fadrique, á quien, según hemos dicho, mimaba en competencia de la chacha Victoria.

De la vida pasada sólo conservaba las amistades con los valientes, reforzando su cortejo con nuevos bravucones. Los mimaba y mantenía con el propósito de que le sirviesen de auxiliares en su carrera política. ¡Quién le haría frente en su primera elección, viéndole en tan honrada compañía!... Y para entretener a la honorable corte, seguía cenando en los colmados y embriagándose con ellos.

Huérfana desde su niñez, había sido criada por un hermano suyo, que la amaba con ternura, y por su nodriza, que adoraba en ella y la mimaba; sin que por esto dejase de haberse hecho una joven buena y piadosa. El aislamiento y la independencia en que había pasado los primeros años de su vida, habían impreso en su carácter el doble sello de la timidez y de la decisión.

Al eclipsarse durante una buena temporada, el pobre artista había sufrido la amargura de la soledad, desesperándose con furia infantil, como si un público inmenso le volviera la espalda. Mimaba a Gabriel como si fuese la mujer amada.

Cuidaba y mimaba á su marido con gran cariño y él la seguía en sus idas y venidas por las habitaciones, con unos ojazos que revelaban la ternura del agradecimiento. En fin, querido planeta continuó el capitán que parecen unos novios. No qué diablos habrán andado en esto, pero los dos son otros, completamente. Aresti sonreía. ¿Entonces preguntó la casa de mi primo será un nido de amor?