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La succión oceánica le arrastró, á pesar de sus desesperados braceos. «¡Todo es inútil, voy á morir!», decía una mitad de su pensamiento. Y á la vez, el otro hemisferio mental evocaba con sintético relampagueo su vida entera.

Y mientras tu amo el látigo sangriento Hace sobre tu espalda resonar, Yo empuñaré el azote del tormento Para tu nombre infame flajelar. Tu nombre dije! En qué gloriosas lides Entre la voz del plomo resonó? Entre qué renombrados adalides Tu acero vencedor relampagueó?

Habíanse sucedido al lado de él varias parejas de padrinos, fatigados de seguirle en el relampagueo de su trabajo; pero los que ahora le acompañaban tenían que gritar ¡haup, haup, haup! con más lentitud, esforzándose en vano por animarle y enardecerle, tirando de él con la palabra como si fuese una bestia cansada y vacilante que se encabritase bajo el látigo, sin poder salir de su paso.

Se alzaron dos verticales sobre las cabezas: el brazo del sacerdote trazó en el aire un signo, el sable del jefe del piquete relampagueó al mismo tiempo lívidamente... Un trueno seco, rotundo, seguido de varias explosiones tardías. Sintió lástima don Marcelo por la pobre humanidad al ver las formas grotescas que adopta en el momento de morir.

Yo tengo alguna idea, como todo hombre, de lo que son dos ojos que nos aman, cuando uno se va acercando mucho a ellos. Pero la luz de aquellos ojos, la felicidad en que se iban anegando mientras me acercaba, el mareado relampagueo de dicha, hasta el estrabismo, cuando me incliné sobre ellos, jamás en un amor normal a 37° los volveré a hallar.

Ulises se arrojó sobre ella como si fuese á matarla, la oprimió en sus brazos, y los dos, hechos un solo cuerpo, cayeron sobre el banco, jadeando, luchando. La sombra se rasgó con el blanco relampagueo de un oleaje de ropas interiores removidas. Pero esto sólo duró un instante. El vigoroso Ferragut, temblando de emoción y de deseo, sólo disponía de la mitad de sus fuerzas.

Al cruzar por delante de ellas, como les daba la luna por la espalda, sólo percibíamos la silueta de sus hermosas cabezas desnudas o cubiertas por blanca toquilla; pero veíamos lucir, con vivo relampagueo, sus ojos negros, sus dientes blancos, marroquíes.

Sus ojos de admirables proporciones, eran la misma serenidad unida a la gracia, a la armonía, con un mirar tan distinto de la frialdad como del extremado relampagueo de los ojos andaluces. Sus cejas eran delicada hechura del más fino pincel y trazaban un arco sutil y delicioso.

¡De qué manera tan clara relampagueó el orgullo en el semblante de Isidora al oír aquellas palabras! Su rubor leve pasó pronto. Sus labios vacilaron entre la sonrisa de vanidad y la denegación impuesta por las conveniencias. En aquella época Rufete puso nuestra casa con mucho lujo, con un lujo... ¡Dios de mi vida! Como él no tenía más idea que aparentar, aparentar, y ser persona notable...

Le molestaba ver aún allí el relampagueo de aquella mirada fría, repeliéndole, evitando la aproximación. Le avergonzaba el recuerdo de sus estúpidas preguntas. Y sin contestar al saludo del ermitaño y su familia, se lanzó monte abajo con la esperanza de volver a encontrarla, no sabía dónde. Rodaban las rojas piedras bajo sus pies.