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Actualizado: 12 de junio de 2025
Si entraban raudales de luz y aire fresco, salían corrientes de alegría, carcajadas que iban a perder sus resonancias por las calles solitarias de la Encimada, ruido de faldas, de enaguas almidonadas, de manteos crujientes, de sillas traídas y llevadas, de abanicos que aletean.... Lo mejor de Vetusta llenaba el salón y el gabinete.
Las parlerías de doña Alvarez, y además las desnudas estatuas de metal y de mármol, traídas de Italia por don Alonso, habían disipado desde temprano su inocencia. Leocadia, su criada favorita, después de restregarla y besarla los pies repetidas veces, estirábala ahora, sobre las piernas, las ceñidas medias color de bronce, cuya seda reflejó, sobre la escultural perfección, firme trazo de luz.
Había dado una garden-party en una sección del Bosque de Bolonia, con juegos náuticos, danzas de bailarinas sagradas traídas de Asia y un buffet para tres mil invitados. Otra vez gastó medio millón transformando una gran parte de su hotel en interior de palacio persa, para un solo baile de trajes, volviendo el día siguiente á restaurar los salones en su primitivo estado. De pronto desaparecía.
Acomodose D. Francisco en un banco que a la mano tenía. Teodoro, Carlos y Sofía se habían sentado en sillas traídas de la casa, y la Nela continuaba en el banco de piedra. La leche que acababa de tomar le había dejado un bigotillo blanco en su labio superior. Pues decía, Sr.
El hierro no existía en estas construcciones terrestres que recordaban el buque de vela. Las piezas eran obscuras como camarotes. Por las ventanas se veían grandes caracolas de mar sobre las cómodas, cuadros de pintura dura y pueril representando fragatas, conchas multicolores traídas de lejanos mares.
Ella recordaba confusamente el cuadro de la habitación mortuoria, el túmulo negro, el Cristo de plata; alguien la había levantado en alto, y ella vio entonces, en el ataúd, una forma larga, cubierta desde la cabeza hasta los pies con un paño blanco; sólo aparecían las manos, traídas por encima del paño, horriblemente pálidas y tiesas. Pero no le parecieron las manos de su padre.
Las novedades de exquisito gusto, traídas de París por Pepe Samaniego, atraían mucha gente, y las señoras se enracimaban y caían como las moscas en la miel. Los dependientes no tenían manos para enseñar, y Aurora estaba rendida de trabajo, porque los encargos de trousseaux y ajuares se sucedían sin interrupción.
Siempre coartando su libertad, siempre con miedo a lo que diría la gente y hablando de virtud. ¡Y si ella repitiese lo que había oído a ciertas criadas viejas traídas de América, que servían a su madre desde el principio de su matrimonio!... La insufrible señora abusaba de su silencio riñéndola en nombre de la moral: una cosa excelente para la edad de ella, pero falta de significación y de utilidad para los verdes años de Nélida.
Era un lujo destrozar á tiros las botellas de champaña traídas de Europa, pagándolas luego á unos precios que hubiesen escandalizado á muchos ricos. Otros, para beber un simple vaso de vino, hacían abrir la espita de un tonel, dejando que chorrease en su vaso durante mucho tiempo lo mismo que una fuente, perdiéndose enormes cantidades de líquido.
La cabeza cubierta con un pañuelo de seda, cuyas dos puntas, traídas sobre la frente, formaban como dos pequeños cuernos. Esos pañuelos eran precisamente los que herían los ojos; todos eran de diversos colores, pero predominando siempre aquel rojo lacre, ardiente, más intenso aún que ese llamado en Europa lava del Vesubio; luego, un amarillo rugiente, un violeta tornasolado, ¡qué se yo!
Palabra del Dia
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