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Actualizado: 12 de julio de 2025
El maestro, plantando su muleta ante los ojos del toro, fue echando atrás tranquilamente con la punta de la espada los palos de las banderillas que le caían sobre el testuz. Iba a «descabellarlo». Apoyó la punta del acero en lo alto de la cabeza, buscando entre los dos cuernos el sitio sensible.
La muchedumbre estaba inmóvil, en un silencio de terror. Aproximábase en loco galope y entre nubes de polvo todo el grupo de acosadores, agrandándose los jinetes al compás de los saltos. El auxilio iba a llegar tarde. Escarbaba el toro el suelo con sus patas delanteras, bajaba el testuz para acometer a la figurilla audaz que seguía amenazándole con la lanza. Una simple cornada, y desaparecía.
La gente silbaba, me tiraban boteyas... hasta le fartaron a mi probe mare, ¡y tú tan contento!... ¡Cómo te divertirías, ¿he? sinvergüensón!... Su mirada de ebrio creyó ver temblar con estremecimiento de risa el brillo del hocico barnizado y la luz de los ojos de cristal. Hasta se imaginó que el cornúpeto movía el testuz, asintiendo a esta pregunta con una ondulación de su cuello colgante.
Zumbaban los insectos sobre las inquietas crestas de la maleza; arrastrábanse los lagartos entre las piedras; sonaban a lo lejos las esquilas con acompañamiento de balidos, y de vez en cuando, al trotar el caballo de Rafael por unos caminos que nunca habían conocido la rueda, abríase en lo alto de un ribazo la cortina de matorrales, asomando los cuernos y el hocico babeante de una vaca o el testuz curioso de un ternero que parecía extrañar la presencia de un hombre que no fuese el pastor.
Pero sin dejarla hablar, Pepe Vera continuó: ¿Me crees tan ciego que no vea lo que pasa? ¿No sé yo que le estás haciendo buena cara, porque se te ha puesto en el testuz que ese desaborido de tu marido tenga los honores de cirujano de la reina, como acabo de saberlo de buena tinta? ¡Mentira! gritó María con toda su ronquera. ¡María! ¡María! No es Pepe Vera hombre a quien se da gato por liebre.
Tiraban los bueyes penosamente, como si fuese á estallar la testuz bajo el yugo, esforzándose entre los gritos y los pinchazos de los conductores que los azuzaban coreados por sus partidarios, y cada vez que una piedra, con nervioso tirón, avanzaba algunos pasos, sonaba un clamoreo de los espectadores.
Una capa se tendió entre la fiera y la víctima, un trapo casi pegado al testuz por unos brazos vigorosos que pretendían cegar a la bestia. Era el Nacional, que, a impulsos de la desesperación, se arrojaba sobre el toro, queriendo ser cogido por éste para librar al maestro. La bestia, aturdida por el nuevo obstáculo, se lanzó contra él, volviendo el rabo al caído.
Contemplábalos Ojeda con respeto y envidia, sumidos en su gravedad silenciosa que tenía algo de sacerdotal; insensibles a la música y los rumores de fiesta que venían de abajo; huyendo de los reflejos luminosos que esparcía el buque sobre sus costados como un halo de gloria; avanzando la cabeza en la noche para husmearla mejor; indiferentes al mundo alegre y variado que invadía las entrañas de la nave en cada viaje; sólidamente adheridos al testuz del monstruo cuya marcha guiaban, como el cornac guía al elefante montado en su frente.
Lobito marchaba como un perro, cubriendo al amo con su cuerpo, y miraba a todas partes, queriendo imponer respeto a los compañeros con sus ojos inflamados. Si alguno, más audaz, se acercaba a olisquear al marqués, encontrábase con los amenazantes cuernos del cabestro. Si varios se unían con pesada torpeza, impidiéndoles el paso, Lobito metía entre ellos el armado testuz, abriéndose calle.
Sin embargo, convenía que no despertase la chiquilla, no fuese a alborotar la casa lloriqueando. Perucho la tomó como quien toma un muñeco de cristal, muy rompedizo y precioso: sus palmas llenas de callos y sus brazos hechos a disparar certeras pedradas y a descargar puñetazos en el testuz de los bueyes adquirieron de golpe delicadeza exquisita, y la nené, envuelta en el pañolón de calceta, no gruñó siguiera al trocar la cama por los brazos de su precoz raptor.
Palabra del Dia
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