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28 cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo; 29 cuando ponía al mar su estatuto, y a las aguas, que no pasasen su mandamiento; cuando señalaba los fundamentos de la tierra; 30 con él estaba yo ordenándolo todo; y fui su delicia todos los días, teniendo solaz delante de él en todo tiempo.

Y señalaba a Luis que, atraído por la novedad, se olvidaba de ella para requebrar a sus vecinas; dos jornaleras que ofrecían el encanto de una belleza rústica, mal lavada; dos beldades de cortijo en las que creía aspirar el perfume acre de las dehesas, el vaho animal de los rebaños. Era cerca de media noche cuando terminó la cena. El ambiente de la sala se había caldeado y era sofocante.

Hallábase ésta bajo dos arcos cruzados, en el sentido de las diagonales de las andas, revestidos de pañuelos de seda de sobresalientes colores, y caían sobre la cabeza del Bautista multitud de relicarios, campanillas, acericos y escapularios, y no pareciéndoles, sin duda, bastante á mis primas la piel con que el escultor cubrió la desnudez de la imagen, habíanle colgado sobre los hombros un rico chal de Manila, que le llegaba hasta los pies, y colocado en la mano con que señalaba el corderito, un pompón encarnado y verde, procedente de un chacó de realistas, cuerpo á que, en sus mocedades, había tenido mi tío la honra de pertenecer.

Los tripulantes del lagarto volador examinaban la misma nube, pero con el auxilio de aparatos ópticos. Una de las amazonas aéreas le gritó algunas palabras en su idioma, al mismo tiempo que señalaba con un dedo la remota mancha blanca. El gigante le contestó con una sonrisa indicadora de su comprensión. A partir de este momento la nube fué tomando para él contornos fijos.

eres más joven, pero yo tengo un gran «aquel» para las mujeres. Que lo digan éstos. Y señalaba a los camaradas que ocupaban la mesa. Maltrana se marchó entre agradecido y molesto por las necedades de su tío, y no volvió a verle hasta pasadas dos semanas, acosado por nuevas necesidades. ¡Hola!... Siéntate dijo al verle el Ingeniero, con cierta displicencia.

¡Madre, madre, V. delira! exclamó Clara. No, no deliro respondió Doña Blanca. Y , necio añadió dirigiéndose al fraile, ¿eres ciego? ¿no la ves? y señalaba con el dedo á su hija. ¡Cómo se le parece! ¡Dios mío! ¡Cómo se le parece! Es un retrato suyo. ¡Apártate de mi vista, vivo testimonio de mi vergüenza!

Si es un hombre, tendrá que subir al banco de arena para llegar hasta nosotros, y se descubrirá, pues por aquí no hay agua. Es verdad... ¡Calle! ¡Otra zambullida! Y otra más lejana. ¿Estaremos rodeados? ¡Oh! gritó el marino ; ¡mirad allí! Cornelio miró en la dirección que le señalaba, y vió a flor de agua masas negruzcas que se acercaban lentamente al banco de arena.

Parle vosté dijo avanzando un pie la acequia más vieja, pues por vicio secular, el tribunal, en vez de valerse de las manos, señalaba con la blanca alpargata al que debía hablar. Hable usted. Pimentó soltó su acusación. Aquel hombre que estaba junto á él, tal vez por ser nuevo en la huerta, creía que el reparto del agua era cosa de broma y que podía hacer su santísima voluntad.

No se podrá citar uno solo donde no haya mezcla; extranjeros en todas partes, negociantes que han hecho grandes fortunas en productos alimenticios, farmacéuticos, industriales más o menos bien educados, etc... Es triste, porque desaparece la tradición de la exquisita cortesía francesa que, en otro tiempo, nos señalaba a los ojos de la Europa atenta y encantada.

El primero que llegó á la altura se encontró con un viejo moribundo, tendido sobre la roca; metióle la bayoneta en el cuerpo, pero el viejo no pestañeó: tenía la mirada fija en el Carolino, una mirada indefinible y con la huesuda mano le señalaba algo detrás de las rocas.