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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Su madre otro riquísimo de dama holandesa; saya de color noguerado recamada de oro y plata, voluminosa gorguera con puntas de encaje y doble collar de diamantes y perlas. ¡Cuánta hiel habían hecho tragar aquellos vestidos al bueno de Calderón! Al principio, cuando se habló del baile de trajes, pensó que con cualquier disfraz de mala muerte cumpliría y no tuvo inconveniente en otorgar su permiso.
Aquí llegaba Tiburcio en su singular perorata, cuando salió de la iglesia un viejo venerable, ricamente vestido, como muy principal hidalgo que era. Y parándose delante de Morsamor y mirándole de hito en hito con jubilosa sorpresa, le dijo: Sois, señor, el vivo retrato, no sé si de vuestro padre o de vuestro abuelo, a quien conocí y traté hará ya medio siglo, pero cuya imagen está grabada en mi memoria con rasgos indelebles. Le debí primero franca, leal y cariñosa amistad y después, la vida. Yo me llamo Duarte y soy hijo del heroico Pedro de Mendaña, quien después de la batalla de Toro se mantuvo tanto tiempo en el castillo de Castronuño, contra todo el poder de Castilla. Un valeroso aventurero de aquella nación, cuyo nombre era como el vuestro Miguel de Zuheros, y cuyo sobrenombre de guerra era también Morsamor, fue en aquel castillo mi constante compañero de armas. Audaces correrías hicimos a menudo en el país enemigo. Talamos sus panes, saqueamos alquerías y granjas y volvimos no pocas veces a nuestra fortaleza cargados de botín riquísimo. En una de estas excursiones, que no olvidaré nunca, nos cercó gran golpe de villanos armados y de gente guerrera a caballo. Allí me derribaron del mío, asaz mal herido, y allí hubiera muerto yo, si Morsamor no me defiende con extraordinario brío.
Entonces llevaron fuera de la alcoba á la madre, al padre y á los más inmediatos parientes, y dos ó tres amigas y las criadas se ocuparon en cumplir el último deber con la pobre niña muerta. La vistieron con riquísimo traje de batista, la falda blanca y ligera como una nube, toda llena de encajes y rizos que la asemejaban á espuma.
Es la primera lo mucho que Francia me agrada. ¿Cuanto más natural es que el germen de la civilización europea haya nacido y florecido, desde antiguo, en aquel feraz y riquísimo jardín, en aquel suelo privilegiado, que no en la Mesopotamia o en las orillas del Nilo?
La vistieron con riquísimo traje de batista, la falda blanca y ligera como una nube, toda llena de encajes y rizos que la asemejaban á espuma. Pusiéronle los zapatos, blancos también y apenas ligeramente gastada la suela, señal de haber dado pocos pasos, y después tejieron, con sus admirables cabellos de color castaño obscuro, graciosas trenzas enlazadas con cintas azules.
El rostro tostado y las manos duras era lo único que delataba la rusticidad de aquellas muchachas a quienes un cultivo riquísimo hacía vivir en la abundancia.
La llamarada era espléndida, el perfume riquísimo, y las sombras que proyectaban los arboles hadan juego con la luz de un modo admirable.
Era riquísimo el Egipto, como que el gran río Nilo crecía todos los años, y con el barro que dejaba al secarse nacían muy bien las siembras: así que las casas estaban como en alto, por miedo a las inundaciones.
Mi nueva hija vestía con toda la seriedad y elegancia imaginables; llevaba un magnífico vestido de muselina bordada, y un riquísimo velo de encaje que la cubría casi por completo; imposible imaginar otra presencia tan llena de dignidad, de gracia y de modestia. ¡Qué modales tan elegantes y tan llenos de naturalidad!... Yo estaba afectadísima y no me es posible referir todo lo que pasó por mí al ver llegado para mi hijo el momento más solemne e importante de su existencia; he rogado a Dios con mucho ardor, pero debo reprocharme, como me reprocho todavía, el no haber rogado lo bastante; ¿cómo puede una madre dar gracias suficientes por las alegrías de su corazón, cuando llega a tocar para su hijo el colmo de cuanto podía desear?
Oyola el cura, y, al mirarla, su vista se detuvo en la prenda que la muchacha tenía entre las manos: una bata de riquísimo raso de un rojo muy brillante, el mismo rojo que Lázaro había visto en el brazo que la noche pasada cerró la puerta donde Aldea era esperado. Su sorpresa fue inmensa. Su pensamiento se resistió a creer lo que los ojos le decían.
Palabra del Dia
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