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Visitó primero a Pedro Carvallo, le enteró del enfado de la Reina y en nombre de su Alteza y con pleno y libre consentimiento de doña Sol, le intimó que desistiese de sus pretensiones y persecuciones. Duarte de Mendaña, más severamente aún y con no menor recato, habló con Morsamor, le robó de parte de doña Sol toda esperanza de ser amado de ella y le exigió que no siguiese pretendiéndola.

La relación del viaje de Jaime Rasquín al Río de la Plata consigna que se distribuía el agua por ración de medio cuartillo escaso cada día. En la expedición de Mendaña «la ración que se daba era media libra de harina de que sin cernir hacían unas tortillas amasadas con agua del mar y asadas en las brasas, con medio cuartillo de agua lleno de podridas cucarachas.

Grandes fueron el pesar y la rabia de Morsamor luego que recibió tan mal recado. Con descompuestos ademanes, el entrecejo fruncido y crispados los puños, acudió Morsamor a su confidente Tiburcio para desahogarse hablando del caso. Con entrecortadas y rápidas frases refirió Morsamor a Tiburcio su conversación con Duarte de Mendaña. Luego añadió Morsamor: Ya ves cuán cruel ha sido mi desengaño.

Aquí llegaba Tiburcio en su singular perorata, cuando salió de la iglesia un viejo venerable, ricamente vestido, como muy principal hidalgo que era. Y parándose delante de Morsamor y mirándole de hito en hito con jubilosa sorpresa, le dijo: Sois, señor, el vivo retrato, no si de vuestro padre o de vuestro abuelo, a quien conocí y traté hará ya medio siglo, pero cuya imagen está grabada en mi memoria con rasgos indelebles. Le debí primero franca, leal y cariñosa amistad y después, la vida. Yo me llamo Duarte y soy hijo del heroico Pedro de Mendaña, quien después de la batalla de Toro se mantuvo tanto tiempo en el castillo de Castronuño, contra todo el poder de Castilla. Un valeroso aventurero de aquella nación, cuyo nombre era como el vuestro Miguel de Zuheros, y cuyo sobrenombre de guerra era también Morsamor, fue en aquel castillo mi constante compañero de armas. Audaces correrías hicimos a menudo en el país enemigo. Talamos sus panes, saqueamos alquerías y granjas y volvimos no pocas veces a nuestra fortaleza cargados de botín riquísimo. En una de estas excursiones, que no olvidaré nunca, nos cercó gran golpe de villanos armados y de gente guerrera a caballo. Allí me derribaron del mío, asaz mal herido, y allí hubiera muerto yo, si Morsamor no me defiende con extraordinario brío.

Morsamor se dejó abrazar y abrazó también con efusión a Duarte de Mendaña, recordando el beneficio que le hizo, aunque aceptando que el bienhechor no había sido él, sino su abuelo. Así es mejor dijo Tiburcio riendo y por lo bajo . Así te triplicas y de ti mismo te forjas antepasados.

Como quiera que ello fuese, el reconocimiento que Duarte de Mendaña hizo de Morsamor, le sirvió de mucho, allanó dificultades, disipó recelos e hizo que el Rey le hablase y le recibiese en su corte. Recibidos ya en la corte Morsamor y su doncel Tiburcio, lograron pronto ser estimados y queridos. Las fiestas de todo género se sucedían entonces sin un momento de descanso.

El encargado de todo, por la Reina misma, fue el anciano Duarte de Mendaña, que tenía empleo en palacio y que había sido el que introdujo a Morsamor en la corte, según ya referimos. Duarte de Mendaña se apresuró a cumplir con su comisión.