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Actualizado: 15 de mayo de 2025
¡Hola! exclamó el clérigo con sonrisa feroz, parece que ya no cantas, tan alto... ¿Qué tiene el gallo que no canta? ¿Qué tiene el gallo que no canta, guapito? Don Benigno avanzó un paso, y Sinforoso retrocedió otro. La reserva de don Segis avanzó también para conservar la distancia estratégica. ¡Tranquilícese usted, don Benigno! gritó Sinforoso con terror. ¡Si estoy muy tranquilo, guapo!
Sorprendida y asustada la turba por aquella súbita e imprevista intervención, retrocedió no poco, dejando despejado un largo trecho en torno de los forasteros inermes, delante de los cuales se pusieron prontos a defenderlos los otros dos forasteros a caballo.
Luego se repuso haciendo un esfuerzo, y con la mano izquierda, desnuda de la manopla que en la escarcela guardaba, asió a Urbási de la diestra, y guiado siempre por Tiburcio, buscó por donde había venido la única salida del harén. Al llegar al salón, donde el rey yacía muerto, Morsamor retrocedió horrorizado.
Las mujeres parecía como que bajaban, y sus voces confusas y discordantes semejaban el altercado frenético de una horda de euménides. Retrocedió Clara y volvió á bajar, estando á punto de resbalar y caer algunas veces.
El australiano, que no debía ignorar el efecto de las armas de fuego, retrocedió precipitadamente, y, plantando con resolución el chuzo en la arena, dijo: Pronto nos volveremos a ver. Después, dando un gran salto, se alejó a toda prisa, desapareciendo detrás de las rocas que rodeaban la bahía. ¡Que te devoren los perros salvajes! le gritó Van-Horn. ¿Volverá? preguntó Cornelio.
¿Pero no te dije que fueras a hablarle?... ¿Que en todo este negocio no había que soltar por escrito una sola letra?... ¿Lo ves, Fernandito?... Villamelón retrocedió un paso como quien espera un cachete, y Currita adelantó otro, diciendo después de una pausa: ¿Y dijo que iba a... a... a presentarme esa carta? Eso decía Velarde. ¿Estás seguro?... Segurísimo.
El notario retrocedió, reculando, hasta el rincón más oscuro de su cuarto, con los ojos desmesuradamente abiertos, la mirada extraviada, y extendiendo hacia adelante los brazos, como para rechazar a un enemigo. Castañeteando los dientes, murmuró con voz sofocada, como en las novelas de Javier de Montepin: ¡
La niña retrocedió asustada, pero la costurera la atrapó por el brazo. No intentes escapar, porque entonces será doble la ración. Josefina se cogió a su mano llorando angustiosamente. ¡No me pegues, por Dios, Concha!
Pensó un instante en el señor Manolo, e intentó buscarle en su oficina. Podían vivir en su casa; seguramente que el Federal los recogería al verles en medio de la calle: era un hombre bueno. Pero Maltrana retrocedió ante la idea de vivir de limosna, privado de aquella autonomía de la que hablaba a todas horas el señor Manolo.
La beata, clavándole una angustiosa mirada de terror, retrocedió un paso. El sacerdote llegó a cogerla por un brazo, y suave, pero firmemente, la llevó en silencio hasta la puerta, la puso fuera del gabinete y cerró de nuevo. Obdulia tropezó con un bulto. Era Dª Josefa, que le soltó una carcajada en la cara. ¡Parece que no la reciben a usted bajo palio, señorita! No contestó.
Palabra del Dia
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