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Actualizado: 15 de mayo de 2025
El abate Constantín, sin embargo, comió con buen apetito, y no retrocedió ante dos o tres copas de champagne. No odiaba la buena mesa. La perfección no pertenece a este mundo, y si la gula es, como lo dicen, un pecado capital, cuántas buenas gentes irían al infierno. El café lo sirvieron sobre el terrado del castillo.
Retrocedió con espanto al interior de su celda; sacó precipitadamente cartas y papeles, encendió lumbre, y en poco más tiempo del necesario para contarlo, hizo un auto de fe que redujo a cenizas preciosos documentos, cartas elocuentes fechadas en el Carrascal, en la Amezcua, en la Borunda y en los Alduides, curiosísimas notas y apuntes.
Ana vio a la luz de la lámpara un rostro pálido, unos ojos que pinchaban como fuego, fijos, atónitos como los del Jesús del altar.... El Magistral extendió un brazo, dio un paso de asesino hacia la Regenta, que horrorizada retrocedió hasta tropezar con la tarima. Ana quiso gritar, pedir socorro y no pudo.
El idiota lanzó un grito salvaje, pareció reflexionar un instante, retrocedió un paso e hirió el suelo con la cabeza de caballo que siempre llevaba. Golpeó al principio cinco veces, después otras cinco y luego tres más.
¿Por qué no sigues cantando? Porque no tengo ganas. ¿Soy yo quien te las quito? Quizá. Hubo una pausa. Plutón dijo avanzando un paso hacia ella: Pues más que las rosquillas de Santa Clara bañadas de azúcar, más que el vino de Rueda y el aguardiente de sobre-mar me gusta oirte á ti... ¡Canta, Demetria! Te digo que no tengo gana... ¡No te acerques! Y retrocedió algunos pasos asustada.
Chisco, cuando notó que yo me había sentado, se detuvo, volvióse hacia mí, se sonrió a su manera al verme tan bien acomodado, y, por último, retrocedió lentamente. Cuéntame eso le dije en cuanto se detuvo a mí lado ; pero con todos sus pelos y señales. Para infundirle buenos ánimos le di un trago de los de mi frasquete, que era la mejor golosina para él, y un cigarro de los mayores de mi petaca.
El mundo es grande, y, gracias a su bondad, sé ahora ganarme la vida honradamente. ¡Adiós! ¿No quiere usted aceptar mi mano?... Sea. ¡Adiós! Y dio media vuelta para marcharse. Pero, cuando llegó a la puerta, retrocedió de repente, y alzando entre ambas manos la encanecida cabeza del anciano, la besó unas y más veces con efusión. ¡Carlos! No hubo contestación. ¡Carlos!
Ahí tienes lo que nos traes con tu charla dijo la madre. El hombre que había hablado entró en la habitación. Tenemos un huésped, Juan dijo la posadera al recién llegado, que inmediatamente se quitó la gorra. Pero al verme retrocedió un paso, como ante una aparición. ¿Qué tienes, Juan? preguntó la mayor de las jóvenes. Este señor es un viajero, que viene a ver la coronación.
Al abrir el duque la puerta del camarín, retrocedió y tembló. Sintió pavor á impulsos de una impresión supersticiosa. Sentado en el sillón del duque, arreglando unos papeles, estaba el tío Manolillo. El camarín no tenía más entrada que aquella por donde había ido el duque: una reja le daba luz, y aquella reja tenía vidrieras de colores.
Después de haberlo colocado delicadamente sobre los frágiles hombros, Juan retrocedió, diciendo con admiración: ¡Parece usted una reina, María Teresa! Ella se sonrió, y le tendió las manos: Pero muy pobre reina, pues no sé hacerme obedecer. Juan la acompañó hasta el coche, donde se hallaban ya la señora Aubry y Diana.
Palabra del Dia
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