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Actualizado: 15 de mayo de 2025


El ingeniero permaneció inmóvil, sin que se alterase una línea de su rostro sombrío. El marqués volvió á hablar, quitándose su sombrero con triste cortesía. Entonces, que empiece el lance y cada uno cumpla como caballero. Retrocedió unos pasos, pero de espaldas, sin perder de vista á los combatientes. Luego levantó una mano, preguntando si estaban listos. Pirovani hizo un movimiento afirmativo.

Todo cerrado; todo a oscuras... «¡Si habrán salido...! No, estarán ahí burlándose de , riéndose de la trastada que me han hecho... Buenos son todos: ¡tales hijos, tales padres!». Volvió a sentir el insensato anhelo de entrar en la casa, y dio tres o cuatro pasos hacia ella; pero retrocedió por segunda vez. «¿A ver quién sale?». Era un viejo que se detenía en el portal y echaba un párrafo con Deogracias.

Amaury retrocedió asustado, con el rostro bañado en sudor frío. Magdalena, cayendo hacia atrás, había vuelto a quedar sentada oprimiéndose el pecho con una mano y llevándose el pañuelo a los labios con la otra.

Retrocedió, volvió á avanzar, se consultó, discutió mentalmente, y al fin, uniéndose la curiosidad á su instintivo deseo de entrar, no dudó más y entró. Estaban en una discusión muy acaloraba. Por todas partes se alzaban voces, lo mismo en la región turbulenta del público que en la del club.

Notóse entonces que Manuel, el nuevo miguelete, dió un retemblido y retrocedió un poco, como para ocultarse detrás de sus compañeros... Al propio tiempo Heredia fijó en él sus ojos; y dando un grito y un salto como si le hubiese picado una víbora, arrancó á correr hacia la calle de San Jerónimo. Manuel se echó la carabina á la cara y apuntó al gitano...

El viejo despertó sobresaltado. Descorrió precipitadamente el cerrojo, pero dando un grito retrocedió ante la choreante y deshecha figura que vacilaba en el umbral. ¡Federico! ¡Silencio! ¿Despertó ya? No; ¿pero... Federico? ¡Calla, animal! Tráeme un poco de aguardiente, vivo.

Entonces la miró con fijeza; después, besándola, la empujó suavemente hacia su madre. Como si hubiese leído alguna trágica amenaza en el fondo de aquellos ojos que no cambiaron de expresión para los demás asistentes, Raquel retrocedió, ahogando un grito. ¡Qué nervios tiene esa chica! dijo alguien en voz baja.

Me levante, e inclinándome ligeramente me dirigí hacia la puerta. La alegre muchacha corrió a alumbrar el camino y el joven retrocedió un paso, fijos los ojos en . Al llegar a su lado me dijo: Con perdón, señor: ¿conoce usted al Rey? Jamás lo he visto, pero espero conocerlo el miércoles. Nada más dijo, pero presentí que sus ojos siguieron clavados en hasta que se cerró la puerta.

La joven, asustada por aquellas efusiones, y por el tono ardiente de la voz, apartó la cabeza y murmuró: Pero, ¿quién sois, entonces? ¿Quién soy? ¿Quién soy?... repitió la viuda casi loca y con una vehemente imprudencia . ¿Quién soy?... El secreto de mi amor, de mi vida. Yo soy tu... ¡Oh! ¡Dios mío! ¡qué locura iba a hacer! Y retrocedió temblando.

¿Me promete usted casarse conmigo? murmuró la inocentona de la oradora política. ¡, vida mía! exclamó él sin fijarse casi en lo que le preguntaban, pues estaba resuelto a decir amén a todo. Pero Amparo retrocedió. ¡No, no! balbució trémula y espantada . No basta hablar así... ¿me lo jura usted? Baltasar era joven aún y no tenía temple de seductor de oficio.

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