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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Lo presentí cuando me dijeron que Vd. había llegado al lugar: lo reconocí cuando vi a Vd. por vez primera. Pero como mi imaginación es tan estéril, el retrato que yo de Vd. me había trazado no valía, ni con mucho, lo que Vd. vale.

Por esto, desde que nació mi hija, desde que por primera vez la vi y presentí que iba a ser hermosa, me propuse y ansié que su hermosura eclipsase la mía, que en discreción, elegancia y saber me aventajase, y que estuviese exenta de todos los defectos y manchas que en hay.

Me levante, e inclinándome ligeramente me dirigí hacia la puerta. La alegre muchacha corrió a alumbrar el camino y el joven retrocedió un paso, fijos los ojos en . Al llegar a su lado me dijo: Con perdón, señor: ¿conoce usted al Rey? Jamás lo he visto, pero espero conocerlo el miércoles. Nada más dijo, pero presentí que sus ojos siguieron clavados en hasta que se cerró la puerta.

Oiga yo antes, Gabriela, esas noticias alegres que tienen a usted tan contenta. ¡Ah! prorrumpió la hermosa señorita, iluminada por los reflejos multicolores de las luces de Bengala. ¡Tan contenta!.... ¡Quiero que usted participe de mi dicha! Presentí lo que Gabriela iba a decir. Un ser invisible lo murmuró a mis oídos.

Presentí que alguien me traía noticias de mi amada y acudí presuroso. No me había engañado el corazón. Era el caballerango del P. Herrera. Aquí tiene usted... me dijo, sin bajarse del caballo, esta cajita y estas cartas. Volveré mañana por la contestación. ¡Cartas de Angelina! Una para mis tías; otra para . Corrí a mi cuarto y cerré la puerta. Deseaba estar solo, solo....

Me alegré de ver a Pepita tan gallarda a caballo; pero desde luego presentí y empezó a mortificarme el desairado papel que me tocaba hacer al lado de la robusta tía doña Casilda y del padre vicario, yendo nosotros a retaguardia, pacíficos y serenos como en coche, mientras que la lucida cabalgata caracolearía, correría, trotaría y haría mil evoluciones y escarceos.

«Ah, señor cura, ¡tiemblo con sólo pensarlo! ¿No es cierto que es terrible no abrigar la menor ilusión a los diez y seis años? «Hasta la vista, mi viejo cura». Dos días después de haber expedido esta epístola, que debía dar al cura la más triste idea del estado de mi alma, decidió mi tío llevarnos a paseo al monte San Miguel. Ese día había algo nefasto en el ambiente; lo presentí.

Palabra del Dia

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