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Actualizado: 15 de mayo de 2025


El viejo sintió miedo al ver la punta de brasa que la ira encendió en los ojos de Rafael. Acababan de pasar otro puente; entraban de nuevo en la ciudad, y don Andrés en su miseria de viejo malicioso y cobarde, retrocedió como si quisiera ocultarse tras la casilla de los guardias de consumos, librándose de la bofetada que ya veía cortando el aire.

Pero la muchacha, al entrar, le lanzó en pleno rostro, sofocada de cólera: ¡Canalla! Y desapareció. Un instante después divisó Krilov su silueta a través de los cristales. Con su sonrisa amistosa en los labios, asió el picaporte y trató de abrir; pero al ver al portero junto a la escalera, retrocedió con lentitud. A algunos pasos de distancia, se detuvo y se encogió de hombros.

El muchacho, sin hacer caso, presa de un terror pánico, redobló sus esfuerzos, tratando de perderse en las callejuelas próximas á la catedral. Pero Velázquez, más ágil, no tardó en darle alcance, poniéndole una mano sobre el hombro. ¿Qué es eso, hijo, por qué corres tanto? El chico retrocedió asustado, arrojándose contra la pared de una casa.

Al introducirla en la cerradura y empujar la puerta, otro relámpago bañó de claridad fantasmagórica el sitio en que iba a penetrar; rodó el carro del trueno, pausado al principio, después ronco y formidable, como una voz hinchada por la cólera, y Nucha retrocedió con espanto. ¿Qué sucede, señorita querida? ¿Qué sucede? gritó el capellán.

Ruidos, carcajadas, estrépito de libros cerrados de golpe, las mil y mil voces, francas y alegres, de la dichosa libertad infantil. El anciano retrocedió colérico. Abrió la puerta; por ella se precipitó desbordado, recordándome felices años, un torrente de ingenuas carcajadas.

Al mismo tiempo dió un paso hacia la joven; pero ella retrocedió y sacando apresuradamente otro fósforo encendió la bujía. Luego se plantó delante de él erguida, altanera, pálida, clavándole con furor sus ojos llameantes. Hubo un momento de silencio. La cólera le apretaba la garganta, no dejando salir las palabras. Al fin exclamó con voz alterada, extendiendo la mano: ¡Sal de aquí, canalla!

Apuesto a que el próximo Elsberg será rojo, por más que Miguel el Negro le haga las veces de padre... Di un salto hacia él cerrando los puños. No retrocedió una sola línea y siguió mirándome con expresión y sonrisa insolentes. ¡Vete, antes de que te haga pedazos! murmuré. Me había pagado con creces la alusión a la muerte de su madre. Lo que hizo después fue buena muestra de su increíble audacia.

Sin duda se había fijado en él. Martín se adelantó a salir, y el domador le dijo: Espera, no has pagado. Ahora nos veremos. Te voy a echar los perros como al oso. Martín retrocedió espantado; el domador le contemplaba con una sonrisa feroz. Martín recordó el sitio por donde entró y empujando violentamente la lona la abrió y salió fuera de la barraca. El domador quedó chasqueado.

El infeliz padre, al salir del cuarto de Magdalena con los ojos hundidos y el rostro lívido, como un espectro que saliera del sepulcro, retrocedió cegado por el vivo resplandor de la luz del día. Ya van pasadas veinticuatro horas dijo con ademán meditabundo. Y estrechó la mano a Amaury, contemplándole en silencio. Quizás pensaba demasiadas cosas para poder expresarlas.

Y más tranquilo ya, se orientó, tomó por punto de partida la calle Mayor, y sin vacilar ya, se dirigió á la calle Ancha de San Bernardo, y á la casa de la Dorotea. Al llegar á la puerta retrocedió. Un bulto se había enderezado y permanecido inmóvil delante de él. ¡Quién va! dijo don Juan poniendo mano á su espada.

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