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Estos salvajes del continente australiano están toda la vida luchando con el hambre, y pasan por larguísimos ayunos. Pero ¿no se producen en Australia frutales? Sólo árboles de goma. Y te advierto que, cultivadas, todas las plantas de Europa dan aquí fabulosas cosechas; sólo que estos salvajes desprecian la agricultura y sólo viven de la caza. ¿Y abundan los cuadrúpedos y las aves?

El Capitán y los dos jóvenes, para tranquilizar más a los chinos, que no acababan de perder el miedo, habían explorado un largo trecho de la costa, sin descubrir a ningún australiano. Van-Horn se internó unas cuantas leguas en la península, en una excursión que hizo, y sólo halló bandadas de cacatúas y de papagayos o huellas de algún que otro kanguro o casoar.

El australiano, que no debía ignorar el efecto de las armas de fuego, retrocedió precipitadamente, y, plantando con resolución el chuzo en la arena, dijo: Pronto nos volveremos a ver. Después, dando un gran salto, se alejó a toda prisa, desapareciendo detrás de las rocas que rodeaban la bahía. ¡Que te devoren los perros salvajes! le gritó Van-Horn. ¿Volverá? preguntó Cornelio.

El australiano, al verse defraudado en sus propósitos, se puso en pie, con ademán amenazador. Pero ¡qué mamarracho eres! le dijo el marinero riendo. ¡Ten cuidado, Van-Horn! dijo el Capitán . Estos salvajes son traidores. Le romperé el chuzo en las espaldas, señor Van-Stael.

Iba a lanzarse sobre el australiano para desarmarle; pero éste saltó hacia atrás, diciendo en un lenguaje mixto de inglés y de malayo: ¡Quieto, hombre blanco! Esta es la tierra de los hijos de Mooo-tooo-omj . ¡Y yo te digo que si no te vas, te echo a puntapiés, antropófago! dijo el marinero, levantando el fusil . ¿Me has comprendido?

Que los hombres blancos dejen la costa que pertenece a los hijos de Mooo-tooo-omj respondió el australiano. Entonces la tribu de los Wawamas te dará batalla. Y ¿eres quien lo dice? Yo, jefe de la tribu de los Moo-wiamos. ¡Pues, toma, canalla! Van-Stael, de una guantada, que resonó como un latigazo, arrojó al suelo al antropófago.

La primera noche que pasaron en las playas del continente australiano transcurrió en calma, a pesar de las amenazas del antropófago. Sólo los lúgubres aullidos de los dingos turbaron el silencio que reinaba en el campamento. Habían pasado cinco días.

Yo me encargo de mandarlo a su tribu de un puntapié dijo el viejo marino . No me asusta el chuzo que lleva en la mano, capitán Stael. Veamos antes, señor salvaje dijo el Capitán, avanzando hacia él , qué es lo que pretendes. El australiano, que se mantenía inmóvil empuñando su chuzo, al ver al Capitán acercarse, se golpeó con la mano izquierda el vientre, que resonó como un tambor.

Formaba parte de la tripulación del Asia, un bergantín que recorría los mares de la China. El capitán era australiano; el piloto, vascongado. Nuestro comercio se desarrollaba entre Malaca, Siam, Sumatra, Borneo y las Filipinas. Los principales puntos de parada eran Singapur, Batavia, Macasar, Hong-Kong y Manila.

Llevaba un traje de seda, azul y blanco, con una rica piel sobre los hombros y un penacho de plumas de garza real en la cumbre del amplio sombrero. El saco de mano negro que la acompañaba en su viaje había sido sustituído por un bolso de oro de una riqueza aparatosa: oro australiano, de un tono verde, semejante á la pátina de los bronces florentinos.