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Actualizado: 18 de julio de 2025
Yo bajaré dijo Bozmediano, hijo. ¿Pero díganme ustedes qué hago si es...? ¿Quién podrá ser? Esa es la confusión dijo otro. Sin duda el motín de esta noche tiene alguna alta misión que cumplir cerca de nosotros. No lo duden ustedes, señores: este motín viene de Palacio, como todos. Nuestra reunión se ha descubierto. Hay que bajar dijo Bozmediano al oír que los golpes se repetían con más fuerza.
Pues se engaña; no hemos de visitarla ni por una de estas nueve cosas. ¡Que gocen de su lujo y de su dinero! ¡Que luzca Gabrielita sus trapos caros! Para nada necesitamos de ella. ¡Qué gusto! repetían las envidiosas. ¡Qué gusto! ¡Todos los muchachos de aquí salen con cajas destempladas! ¡Mejor! ¡Mejor! ¡Quién les manda enamorar marquesitas! Y bien visto, ¿quiénes son los enamorados?
En los pueblos, cada púlpito era una tribuna; cada sacerdote, un orador que, poseído de santa indignación, se olvidaba de alabar a Dios por señalar a sus enemigos con el dedo; recordábanse en las tertulias hazañas de la otra guerra, narradas con carácter de leyenda, y de continuo atravesaban el país viajeros que, deteniéndose a guisa de emisarios en los caseríos, repetían palabras que eran consignas, o frases de esperanza en el alzamiento, ya cercano.
Había comenzado ya la novena. El pico de oro estaba en el púlpito diciéndola por un libro. El monaguillo le alumbraba con un trozo de cirio, porque la iglesia empezaba a quedarse oscura. Buen número de mujerucas repetían, arrodilladas sobre el pavimento de tierra apisonada, las palabras del exiguo eclesiástico, que salían arrastradas y gangosas de su boca, como es de rigor en casos tales.
Para eso habría sido menester multiplicar hasta lo infinito visitas que ya se repetían con demasiada frecuencia. Entonces fue cuando imaginó medios para verme fuera de su casa. Puso en esto aquel espantable atrevimiento que sólo es permitido a las mujeres que arriesgan el honor y a las que obran con indiscutible inocencia. Bravamente me dio citas.
Ello fue que Belén, temblando de emoción y con la cara ansiosa, dijo a la monja: «Mauricia ha visto a la Virgen...». Y poco después repetían las otras con indefinible asombro: «¡Ha visto a la Virgen!». Sor Facunda, seguida de su escolta, se acercó a Mauricia, a quien miró un buen rato sin decirle palabra. Estaba la infeliz mujer en la misma postura morisca, la cabeza apoyada sobre las rodillas.
Todos se repetían en voz baja su nombre; hasta el conductor mostró cierta emoción al ver en su coche al propietario de Villa-Sirena. Y lo peor de todo, queridos amigos, es que estoy arruinado. Spadoni abrió desmesuradamente sus ojos negros, como si oyese algo inaudito y absurdo. Castro sonrió con incredulidad. ¿Arruinado tú?... Me contentaría con la décima parte de tus escombros.
Y en esto descubrióse la mañana, Vertiendo perlas y esparciendo flores, Lozana en vista, y en virtud lozana. Los dulces pequeñuelos ruiseñores Con cantos no aprendidos le decian Enamorados della mil amores. Los silgueros el canto repetian, Y las diestras calandrias entonaban La musica, que todos componian.
Al final se repetían las instrucciones de todos los viajes, con un laconismo que hubiese hecho palidecer á otros hombres no acostumbrados á mirar de frente á la muerte. En caso de ataque submarino, los transportes que llevaban cañones podían salirse de la fila y ayudar á la patrulla de buques armados, dando cara al enemigo.
»Estas y otras exclamaciones semejantes se repetían en el salón por veinte personas a la vez, sin que yo perdiera una sola palabra. »Poco después llegó mi tío; acababa de vestirse con su gran uniforme y el gran cordón de la Orden de Calatrava, e invitó a sus convidados a pasar al comedor.
Palabra del Dia
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