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Actualizado: 18 de julio de 2025
No me mande usted que me retire, papá, se lo suplico; se engaña usted si cree que no estoy buena. ¡Ojalá estuviese siempre como hoy! Efectivamente, Magdalena, en medio de su excitación nerviosa, estaba encantadora, y todos a su alrededor lo repetían.
El nombre de Juan Ort lo repetían familiarmente los habitantes más antiguos del territorio. Había leído el Gallego su historia en libros y periódicos. Este Juan Ort era un archiduque de Austria que abandonaba su alto grado en la marina de guerra y sus honores en la corte, bajo la influencia de una misantropía poética y vagabunda, hereditaria en su familia.
Y el recuerdo del pobre Maestrico casi les dos reales; sino dos reales y medio, y atribuían este aumento a su sumisión y disciplina. «Siendo buenos, sacaréis más que a las malas», les habían dicho. Y ellos lo repetían, pensando con desprecio en los malvados alborotadores que intentaban arrastrarlos a la rebeldía.
Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad. Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los diez y ocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente amanecía idiota.
Los que sólo chapurreaban unas palabras las repetían con acompañamiento de sonrisas amables. Se notaba en todos ellos un deseo de agradar al dueño del castillo. Va usted á almorzar con los bárbaros dijo el conde al ofrecerle un asiento á su lado . ¿No tiene usted miedo de que le coman vivo?... Los alemanes rieron con gran estrépito la gracia de Su Excelencia.
Tirso decía las frases expiatorias y ellas contestaban a una. Por mis pecados, por los de mis padres, hermanos y amigos; por los del mundo entero, perdón, Señor: y ellas repetían: Perdón, Señor. Por las blasfemias, por la profanación de los días santos, perdón, Señor... Perdón, Señor. Por la desobediencia a la Santa Iglesia, por la violación del ayuno. Perdón, Señor.
Y por todas partes se veían en la sombra personas que se buscaban unas a otras, que se daban la mano, que se abrazaban. Otros gritaban al mismo tiempo: «¡Niclau! ¡Sapheri!», pero no obtenían respuesta. Aquellas voces se repetían hasta volverse roncas, balbucientes, y, por último, cesaban. La alegría de los unos y la consternación de los otros producían un efecto desconcertante.
En una de estas noches de sincero entusiasmo fué cuando los dos amigos escucharon una noticia inesperada, absurda: «Han matado á Jaurés.» Los grupos la repetían con una extrañeza que parecía sobreponerse al dolor: «¡Asesinado Jaurés! ¿Y por qué?» El buen sentido popular, que busca por instinto una explicación á todo atentado, quedaba en suspenso, sin poder orientarse. ¡Muerto el tribuno precisamente en el momento que más útil podía resultar su palabra de caldeador de muchedumbres!... Argensola pensó inmediatamente en Tchernoff: «¿Qué dirá nuestro vecino?...» Las gentes de orden temían una revolución.
Casi en las puertas de Valencia, en el risueño pueblecito que desde la orilla del río miraba a la ciudad con los redondos ventanales de su agudo campanario, repetían aquellos bárbaros, con un rencor africano, la historia de luchas y violencias de las grandes familias italianas en la Edad Media.
Todos en el claustro alto conocían estas luchas. Llegaban hasta ellos los comentarios que se permitían los canónigos en la sacristía; pero los humildes servidores guardaban un silencio receloso cuando se repetían estas murmuraciones en su presencia, temiendo ser delatados por el vecino, que tal vez ambicionaba su puesto.
Palabra del Dia
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