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Actualizado: 18 de junio de 2025
En el antecomedor lucía un gran cartel pintarrajeado con una pareja danzante y una inscripción gótica en alemán y en español: «Esta noche baile.» Y el anuncio parecía esparcir por todo el buque un regocijo de colegio en libertad. «Esta noche baile», repetían las personas de grave aspecto, como si se prometiesen un sinnúmero de misteriosas satisfacciones.
Doña Paula contestaba que su hijo había salido a las siete, en coche, en cuanto había recibido aviso, que había ido derecho a casa de Guimarán. Pero como no llegaba, se repetían los recados. Doña Paula estaba furiosa. ¿Qué era de su hijo? ¿Qué nueva locura era aquella?
Que se suponia haber sido de plata el pavimento de la Maksurah, lo dice Al-Makkarí, loc. cit. VI, cap. Las incursiones de Almanzor en las tierras de los cristianos se repetian todas las primaveras, regresando á Córdoba para el invierno. Acompañábale á estas periódicas espediciones un numeroso cortejo de poetas y escritores, encargados de inmortalizar sus hazañas.
Luego, Fernando no la vio más. ¡Pero había oído tantas cosas de ella!... Los hijos del marido se encargaban de propalarlas, y todas las amigas de María Teresa las repetían con la secreta fruición de demoler a una compañera que inspira envidia. ¡Quién podría conocer la verdad!
Pero estas negligencias se repetían tan a menudo, servían tan poco ya las miradas, que le fue preciso al marido recurrir a los pellizcos y a los pisotones; y ya la señora, que a duras penas había podido hacerse superior hasta entonces a las persecuciones de su esposo, tenía la faz encendida y los ojos llorosos. Señora, no se incomode usted por eso le dijo el que a su lado tenía.
Por fin, después de repetidas vueltas y revueltas, este exhaló un rugido y cayó en tierra, diciendo: Muerto soy. Al punto D. Pedro viose rodeado por un lado y otro. Multitud de vergajos cayeron sobre sus lomos, y con loco estrépito repetían los circunstantes: ¡Viva el gran D. Pedro del Congosto, el más valiente caballero de España!
Después sentía claramente en su oído la vibración de aquella réplica que la había hecho estremecer, que aún la alumbraba, porque las palabras se repetían sin cesar como la pieza de una caja de música, cuyo cilindro, sonada la última nota, da la primera. «¿Pero qué te has figurado, que mi mujer es como tú? ¿De dónde has sacado esa historia infame? ¿Quién te ha metido en la cabeza esas ideas?
¡Maestro Durand, balas! ¡La vía de agua! ¡Mi pierna! repetían voces confusas. Pero ¡con mil diablos! un instante; no puedo hacerlo todo; llevar balas arriba, reparar abajo una avería, curar vuestras heridas... Es preciso empezar por lo primero, y después se ocuparán de vosotros, montón de vocingleros; porque, ¿para qué sois buenos ahora? sois tan inútiles como una verga sin velas y sin relingas.
En efecto, los pastores se ponían de acuerdo con los muchachos para cantar sus villancicos, y preludiaban en sus instrumentos. Uno de los chicuelos cantaba un verso, y después los pastores y los demás muchachos lo repetían acompañados de la zampoña, de la guitarra montañesa y de los panderos.
vii Apretaba el calor, y las escenas que he descrito se repetían, reproduciéndose con ese amaneramiento que suele tomar la vida humana en ciertos periodos, cual fatigado artista que descuida la renovación de la forma.
Palabra del Dia
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