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Actualizado: 18 de julio de 2025
Luego sonaban las trompetas anunciando la suerte de matar, y se repetían los aplausos. Carmen quería irse. ¡Virgen de la Esperanza! ¿Qué hacía allí?... Ignoraba el orden que iban a seguir los matadores en su trabajo.
Sufrieron por largo rato el fuego de la artilleria de los castillos de Guansapafa, Santiago y Santa Bárbara, y el de la fusileria, apostada en los parapetos exteriores á interiores, arrojándose con ferocidad á las trincheras para forzarlas, animados con la presencia de sus primeros generales, que repetian los ataques, particularmente contra las que estaban inmediatas al Tambo de Santa Rosa, de que disistieron por lo mucho que les ofendia el fuego del Castillo de Santiago, que no estaba muy distante.
Pronto descansaremos.» Las columnas, en su retirada, cubrían centenares de kilómetros. Desnoyers sólo veía una de ellas. Otras y otras efectuaban idéntico retroceso á la misma hora, abarcando una mitad de la anchura de Francia. Todas iban hacia atrás con igual obediencia desalentada, y sus hombres repetían indudablemente lo mismo que los oficiales: «No comprendemos... No comprendemos.»
Se asustaba al pensar en el odio acumulado por este hecho y en la próxima venganza. El nombre de Ferragut era objeto en Berlín de una atención especial; en todas las naciones de la tierra lo repetían en aquellos momentos los batallones civiles de hombres y mujeres encargados de trabajar por el triunfo germánico. Los comandantes de los submarinos se pasaban informes acerca de su buque y su persona.
La institutriz parecía absorta y abismada en sus pensamientos, porque no apartaba la vista del frasco de mostaza que delante de sí tenía y dejaba pasar largos intervalos sin mover el tenedor que apretaba entre sus dedos. Los lamentos de la niña eran prolongados y se repetían sin cesar y sin debilitarse.
Protesté contra la murmuración villaverdina de la cual era yo víctima hacía tantos días; declaré que me indignaba oír tantas mentiras como repetían las gentes, y supliqué a las niñas que no dieran oídos a tales dichos.
Desde aquella noche Mariano desapareció. Le buscaron y no fue hallado por ninguna parte, ni en mucho tiempo se tuvo noticia de él. Con estas y otras cosas, Isidora cayó en grave tristeza. Sus insomnios se repetían casi todas las noches, atormentándola con el alternado suplicio de ilusiones locas y de miserias reales, de delirio suntuario y de terror o desengaño.
Únicamente sabían hablar de los incidentes de su instalación; repetían las noticias oídas á los ministros, con los que vivían familiarmente; mencionaban con aire misterioso la gran batalla que había empezado á desarrollarse desde las cercanías de París hasta Verdún.
Y silbaba la rama y caía sobre una espalda cualquiera, la más próxima, á veces sobre un rostro, dejando una marca primero blanca, roja despues, y más tarde sucia gracias al polvo del camino. ¡Adelante, cobardes! gritaba á veces en español ahuecando mucho la voz. ¡Cobardes! repetían los ecos del monte.
No por esto se malearon, y aquellas obscenidades y ternos que empleaban entre sí, pero que ante nadie repetían, fueron como un cieno que, si les ensució la boca, no les llegó a manchar el alma. Una mañana que faltó a su clase un catedrático, se marcharon con otros chicos a jugar a la Era del Mico, y esta escapatoria fue para ellos una revelación.
Palabra del Dia
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