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El silencio para siempre, la amarga satisfacción del no ser, la grandiosa monotonía de la eternidad libre de toda alteración. ¿Por qué no iba él dentro de aquella caja? ¿Por qué no había caído cuatro años antes, cuando sufrió una pulmonía que puso en conmoción a toda su familia? Al menos habría muerto creyendo en su madre, y al partir le hubiera consolado un gesto, una lágrima de aquella mujer.

Don Saturno se apresuró a despedirse. De sus mejillas brotaba fuego. Iba a cuerpo y tenía mucho frío. El viento caliente le sabía a cierzo. ¡Temo una pulmonía! dijo, mientras escapaba abrochándose la levita por la cintura. Necesitaba saborear a solas las emociones de aquella tarde. «Amaba y creía ser amado». Aquella tarde hablaron la Regenta y el Magistral en el paseo.

Pero, hombre, ¿la quiere usted más dentro del teatro todavía? dijo Romadonga sacudiendo la cabeza desesperadamente. Mientras una cruel pulmonía postraba en el lecho a Mario, su nombre corría por la prensa periódica, era objeto de apasionadas discusiones. El fallo del jurado, en lo que a él se refería, fue condenado como injusto por varios críticos.

Mientras sus ojos permanecían sumidos en este mundo lóbrego surcado por los rojos cometas de la pesadilla, su oído vibraba débilmente en ciertos momentos con palabras que parecían sonar lejos, muy lejos, y sin embargo eran pronunciadas junto a su cama. «Pulmonía traumática... DelirioEstas palabras eran repetidas por diversas voces, pero él dudaba que se refiriesen a su persona.

No tengo más que una camisa, que Nicanora, naturalmente, me lava ciertas y determinadas noches mientras duermo, para ponérmela por la mañana... pero no me importa. Anden mis niños abrigados, y a que me parta una pulmonía. Yo no tengo niños dijo la dama con tanta pena como el otro al decir «no tengo camisa». Maravillábase Jacinta de lo muy razonable que estaba el corredor de obras.

Me volví loco, te busqué como se busca lo que más queremos en el mundo. No te encontré; a la vuelta de una esquina me acechaba una pulmonía para darme el estacazo... caí». ¡Pobrecito mío!... Lo supe, . También supe que me buscaste. ¡Dios te lo pague! Si lo hubiera sabido antes, me habrías encontrado.

El tirano sentía aguzarse de nuevo su apetito con el fresco del alba, y aceptaba del director o de cualquier compañero en fondos una taza de soconusco con media docena de «bolas». Iban a la chocolatería de la calle de Jacometrezo, sentándose junto a las paredes de azulejos fríos, ante unas vidrieras abiertas de intento para que reventasen de pulmonía todos los golfos que esperaban la mañana en torno de las primeras mesas.

Mi hermano me pedía pan añadió Teodoro y yo le respondía: «¿Pan has dicho?, toma matemáticas...» Un día mi amo me dio entradas para el teatro de la Cruz; llevé a mi hermano y nos divertimos mucho; pero Carlos cogió una pulmonía.... ¡Obstáculo terrible, inmenso! Esto era recibir un balazo al principio de la acción.... Pero no, ¿quién desmaya?, adelante... a curarle se ha dicho.

Nadie bajó a recogerlo; ningún balcón se abrió siquiera para dejar caer sobre él una moneda de cobre. Los transeúntes, como si viniesen perseguidos de cerca por la pulmonía, no osaban detenerse. Al fin ya no pudo cantar más: la voz expiraba en la garganta; las piernas se le doblaban; iba perdiendo la sensibilidad en las manos.

Un día, Barrabás se presentó en casa de su hermano para decirle tranquilamente que la madre estaba en el hospital. Era un enfriamiento, una pulmonía o algo semejante, cogido en el río. El golfín sólo supo decir que estaba muy mala y que dos mujeres del lavadero la habían llevado del brazo hasta el hospital.