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Actualizado: 11 de julio de 2025


Ulises se estremeció al sentir el firme contacto global de este pecho femenil, al aspirar el soplo de su respiración, brisa tibia cargada de lejanos perfumes. Por su gusto habría permanecido mucho tiempo en esta actitud; pero Freya se despegó de él para avanzar hacia el reptil runruneando y extendiendo sus manos, lo mismo que si pretendiese acariciar á un animal doméstico.

Si un señor me invitase un día a jugar una partida de ajedrez, por muy obligado que yo le estuviera, no le complacería. Le demostraría que no jugar al ajedrez, y el señor en cuestión tendría que renunciar a la partida proyectada. Si el mismo señor pretendiese otro día hacerme ejecutar al piano la Marcha fúnebre de Chopin, tampoco me sería fácil complacerle.

Pedro, después de haber meditado sobre ese capítulo, acabó por explicarse tal reserva merced a una razón que parecía verosímil: sin duda hubo al principio de parte de Pierrepont, dados sus antecedentes y opiniones, disgusto y extrañeza al considerar cómo un nombre de los humildes orígenes de Jacques se atrevía a poner sus ojos en una joven de elevada cuna, que era al mismo tiempo casi una parienta del marqués, porque ya en más de una ocasión, aun en medio de su franca amistad, había advertido Fabrice cómo tras del amable dilettantismo de Pedro asomaba en ocasiones una punta de protección aristocrática, cual si su amigo pretendiese arrogarse con respecto a él el papel de Mecenas.

Otro hombre pequeño surgió, un poco más allá, de la sombra proyectada por los fresnos, como si pretendiese atravesar la avenida, pasando á la acera opuesta.

Cerca de él, una madre coge á su hijo, le sujeta frenéticamente con el brazo izquierdo, como si pretendiese unirlo á su corazon; y con los ojos ardiendo de ira, con la pupila dilatada y profunda por el dolor y por el espanto, con la cabellera descompuesta, con labio cárdeno, seco y convulsivo, hundiendo la nuca y alzando la frente, como el náufrago que saca la cabeza para que el oleaje no le confunda; la madre, la mujer de la Providencia, amenaza al guerrero con un ademan que trae á nuestra memoria las palabras de Agripa á Octavio: ¡levántate, verdugo!

Jaime seguía mirando al Ferrer con la irresistible atracción de la antipatía. Manteníase el verro silencioso y como distraído entre sus admiradores, que formaban corro en torno de él. Parecía no ver a los demás, fijos sus ojos en Margalida con una expresión dura, cual si pretendiese vencerla bajo esta mirada que infundía miedo a los hombres.

Y avanzó los labios cual si pretendiese acariciarle desde lejos con su sonrosado redondel, siendo este gesto una promesa de lo que haría seguramente luego, cuando se viesen solos.

Este ser repugnante y abyecto, llamado Grass, dedicaba las horas en que no medita o ejecuta alguna acción vergonzosa, a llevar los libros de comercio en dos camiserías de la calle del Príncipe. De aquí que pretendiese eclipsar a todos los demás por el brillo y la forma de su cuello a la marinera y por el esplendor de la corbata de raso azul con lunares blancos.

Pero no pudieron. Otra mujer apareció abriendo rudamente una puerta... Era Alicia, con las ropas en desorden y el pelo alborotado. Viendo al príncipe, levantó las manos y avanzó, muda é impetuosa, como si pretendiese abrazarlo. ¡Al fin!... Nada le importaba la presencia de Valeria; no la vería.

Julio mostró cierta inquietud, como si pretendiese cortar la conversación. Deja á mi padre. Hoy dice eso porque la guerra no es todavía un hecho, y él necesita contradecir, indignarse con todo lo que se halla á su alcance. Mañana tal vez dirá lo contrario... Mi padre es un latino. El profesor miró su reloj. Debía marcharse: aún le quedaban muchas cosas que hacer antes de dirigirse á la estación.

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