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Actualizado: 5 de junio de 2025


El cura erguía su cuerpo pequeño y redondo, queriendo abarcar en una mirada de resignación las víctimas, los verdugos, la tierra entera, el cielo. Parecía más grueso. El negro ceñidor, roto por las violencias de los soldados, dejaba libre su abdomen y flotante su sotana. Las melenas plateadas chorreaban sangre, salpicando de gotas rojas el blanco alzacuello.

Como un enorme ramo de verdura que sobresale del jarro, las hierbas acuáticas con sus plateadas hojas que crecen al borde de la fuente, y las algas de limo con sus largas cuerdas enguirnaldadas cediendo á la presión del agua que rebasa, se doblan hacia afuera por el borde del estanque; por entre su espesa capa la corriente se escapa abriendo anchos regueros con su cauce adornado de flotantes serpentinas.

Cuando suena la tempestad en el bosque, cuando arranca y derriba los pinos gigantescos, cuya caida hace resonar la montana, tu me guias a un asilo seguro y me revelas los secretos maravillosos de mi propio corazon; cuando la luna tranquila sube lentamente a los cielos, las sombras plateadas de los tiempos antiguos se presentan a mis ojos, sobre las rocas y en las arboledas, y parece que me suavizan el severo placer de la meditacion.

Las orillas están orladas de mimbres en primer término. Por detrás de ellos asoman algunas filas de álamos blancos, cuyas hojas plateadas, heridas por la luz y agitadas por el soplo blando de la brisa, despiden hermosos destellos. La falúa se deslizaba suavemente, aguantando imperturbable los rayos solares. El aire reseco había perdido sus condiciones de sonoridad.

No hay naturalidad en estas creaciones; la naturalidad con que la yerba es verde, con que el cielo es azul, con que la estrella nos envia sus luces plateadas. Noto cierto entumecimiento en este arte; es creador, infatigable, jóven; pero parece un jóven tullido; un tullido que no puede moverse sin que la paralísis le arranque un dolor y una queja.

Roto, despedazado y recogido así el velo que me había ocultado la realidad del panorama, se destacó limpia y bien determinada la línea de la costa sobre la faja azul de la mar, y aparecieron las notas difusas de cada paisaje en el ambiente de las lejanías y en los valles más cercanos: las manchas verdosas de las praderas, los puntos blancos de sus barriadas, los toques negros de las arboledas, el azul carminoso de los montes, las líneas plateadas de los caminos reales, las tiras relucientes de los ríos culebreando por el llano a sus desembocaduras, las sombrías cuencas de sus cauces entre los repliegues de la montaña... Todos estos detalles, y otros y otros mil, ordenados y compuestos con arte sobrehumano en medio de un derroche de luz, tenían por complemento de su grandiosidad y hermosura el silencio imponente y la augusta soledad de las salvajes alturas de mi observatorio.

Por dentro es la pagoda como una cinceladura, con encajes de madera pintada de colores alrededor de los altares; y en las columnas sus mandamientos y sus bendiciones en letras plateadas y doradas; y los santos de oro, familias enteras de santos, en el altar tallado.

Ambas se miraron a los ojos y se declararon, con un chispazo, el odio que ardía en el fondo de sus almas. Pero habían cambiado las circunstancias. Amalia era cinco años atrás la dama más elegante y distinguida de la población, la única cuyo porte y refinamiento de costumbres trascendía a otra esfera más culta y espiritual. Fernanda la aventajaba ahora infinitamente. Aquélla había envejecido de modo ostensible. Entre sus cabellos se veían ya bastantes hebras plateadas; su tez, siempre pálida, había perdido toda su frescura; además, había perdido el deseo y el gusto para vestirse, se había ido plegando poco a poco bajo la presión de la sociedad ordinaria y cursi que la rodeaba, adaptándose a ella y descuidándose más y más de su persona. El contraste era, por lo tanto, más vivo. Bien lo advirtió la noble esposa del maestrante y se sintió humillada hasta el fondo de su ser. Una sonrisa de despecho contrajo sus labios mientras cambiaba con Fernanda los obligados saludos.

Toda la fuerza de su vida se había concentrado en la cabeza, enorme, de nobles líneas, sonrosada en la cúspide, entre los blancos mechones echados atrás. Su cara pálida tenía esa transparencia de cera de una vejez sana y vigorosa, a la que añadían nueva majestad las barbas plateadas, brillantes, luminosas como las que el arte da siempre al Todopoderoso.

Pero, como ocurre siempre en las grandes solemnidades, el público no prestó atención á las explicaciones del hombre de ciencia, prefiriendo examinar directamente lo que tenía ante sus ojos. Un perfume de jardín que parecía venir de muy lejos empezó á esparcirse por el patio, haciendo olvidar los densos hedores exhalados por las torres plateadas.

Palabra del Dia

vorsado

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