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Y le ha tenido con razón dijo con acento lleno y majestuoso la reina ; le ha tenido y debe tenerlo; se ha atrevido á sus reyes y se atreve; Lerma caerá... caerá... y yo pisaré su soberbia, yo que me he visto indignamente pisada por él. ¿Y sabéis, sabéis á quién se debe todo este cambio?... ¡A Dios! dijo con una profunda fe el padre Aliaga.

Aquí hay una cosa particular, indefinible, múltiple, casi infinita: una cosa que está en todas partes, que todo lo llena, que todo lo anima, que á todo de su forma y su rostro, como nuestro pié de su forma propia á nuestra pisada. Hay una cosa que nosotros llamamos el palaustre francés.

Esto es asombroso; esto no se cree antes de pensar y de ver con cuidado lo que sucede; pero sucede realmente; es una verdad; una verdad que anda por todo el mundo; una verdad que reconstruye, por decirlo así, el sistema de todos los pueblos, aun el de aquellos pueblos que muestran más tenacidad en hacer del tiempo presente un centinela del tiempo pasado. ¿No veis movimiento en la India, en el mismo Japon, aun en el propio imperio Chino? ¿No veis que ese Japon abre sus puertos á las naves de ciertas naciones, profanando el misterio tradicional que la religion atribuye al legado de Sinto, á su oculto y divino Diari? ¿No veis agitarse la atmósfera en la China, en ese vastísimo imperio, en ese inmenso hogar de centenares de millones de criaturas? ¿No advertís como cierto vaiven, cierta oleada, en el ambiente de ese pueblo, convertido, hace miles y miles de años, en un guardian que contempla con ojos desencajados la urna veneranda de sus tradiciones? ¿No hallais algo extraño, sumamente extraño, en esa China, en esa segunda humanidad, en esos hombres cubiertos de polvo; el polvo que ha debido dejar detrás de la pisada autómata de tantos siglos?

El pobre Linneo tenia recogidas unas florecitas y las estaba distribuyendo, cuando pasan por allí Tasso y Milton recitando en alta y sentida voz un soberbio pasaje, y no advierten que lo echan todo á rodar, y que con una pisada destruyen el trabajo de muchas horas.

614 En cuanto trastabilló más de firme lo cargué, y aunque de nuevo hizo pie lo perdió aquella pisada; pues en esa atropellada en dos partes lo corté. 615 Al sentirse lastimao se puso medio afligido, pero era indio decidido, su valor no se aquebranta; le salían de la garganta como una especie de aullidos.

Ni con el mayor bienestar que con el sueldo de Sol en el colegio había entrado en la casa, se contentaba doña Andrea; y a veces se dio la gran injusticia de que aquella hermosura que ella tanto mimaba, y que desde la infancia de la niña cuidaba ella y favorecía, se la echase en cara como un pecado, que le llevó un día a prorrumpir en este curiosísimo despropósito, que a algunas personas pareció tan gracioso como cuerdo: «Si Manuel viviera, no serías tan hermosa». Enojábase, doña Andrea, cuando oía, allá por la hora en que Sol volvía con una criada anciana del colegio, la pisada atrevida del caballo de cierto caballero que ella muy especialmente aborrecía; y si Sol hubiese mostrado, que nunca lo mostró, deseos de ver la arrogante cabalgadura, fuera de una vez que se asomó sonriendo y no descontenta, a verla pasar detrás de sus persianas, es seguro que por allí hubieran encontrado salida las amarguras de doña Andrea, que miraba a aquel gallardísimo galán, a Pedro Real, como a abominable enemigo.

Thracia, Macedonia, Tesalia, y Beocia penetradas y pisada á pesar de todos los Príncipes y fuerzas del Oriente, y últimamente muerto á sus manos el Duque de Athenas con toda la nobleza de sus vasallos, y de los socorros de Franceses y Griegos ocupado su estado, y en él fundado un nuevo señorío.

A pesar de la semiobscuridad del templo, llamó la atención del último un bulto que se recataba tras las columnas de la vasta nave. De pronto, la misteriosa sombra se dirigió con pisada cautelosa hacia el escabel del virrey; y acogotando a éste con la mano izquierda, lo arrojó al suelo, a la vez que en su derecha relucía un puñal.

41 Eran los días del apuro y alboroto pa el hembraje, pa preparar los potajes y osequiar bien a la gente, y así, pues, muy grandemente, pasaba siempre el gauchaje. 42 Vení, a la carne con cuero, la sabrosa carbonada, mazamorra pien pisada, los pasteles y el güen vino... pero ha querido el destino que todo aquello acabara.

La carretera perdíase de vista, flanqueada a un lado por la tapia interminable de la Casa de Campo y al otro por las colinas, en cuyos surcos comenzaba a surgir la cabellera de una cebada triste, pisada con frecuencia por los transeúntes. Siguió Maltrana una senda que conducía a una casucha en lo más alto de un montecillo.