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Actualizado: 28 de octubre de 2025


Allí va á haber robla. El que está apoyado sobre sus engalanadas cabezas, hombre que tiene la suya algo más sucia, calzones de manga corta, con un tirante sólo, chaqueta al hombro y sombrero de copa alta, más que medianamente apabullado, es el dueño de la pareja, y conocido y honrado en su pueblo por el nombre de Antón Perales.

Decía los versos de doña Inés con voz cristalina y trémula, y en los momentos de ceguera amorosa se dejaba llevar por la pasión cierta porque se trataba de su marido y llegaba a un realismo poético que ni Perales ni la mayor parte del público eran capaces de apreciar en lo mucho que valía.

La mujer, que come una manzana y tras de cada bocado que le tira se rasca la cabeza por debajo de la muselina, es la costilla de Antón Perales. El otro personaje, más viejo que todos los demás, y que observa el cuadro, taciturno y reflexivo, es convecino del comprador: llámase tío Juan de la Llosa, y asiste, á la sazón, en calidad de perito. Sus títulos al efecto están en toda regla.

Apretando las primeras que llegaron a chocar con la suya se dirigió desde luego a la señora de la casa, con voz cascada que ayudaba mucho al efecto cómico, diciendo: Perdone usted, Clementina, si llego con un poco de retraso. Viniendo acá me cogió por su cuenta Perales, ya sabe usted ¡Perales!, no tengo más que decir.

Sus virtudes pastorales fueron de acuerdo con su política y se vio su caridad en el socorro de los enfermos en la peste del año 1651, y sus limosnas con los pobres fueron estraordinarias: como obras debidas a su piedad citaremos la renovación de su convento del Olivar, la fundación del Colegio de San Pedro Nolasco para los estudios de los religiosos de la provincia, y el convento de Capuchinas de Zaragoza débele toda su perfección: casi en vísperas de perder para siempre la salud, marchó a Juslibol, pueblo cercano a Zaragoza y construyó de su bolsillo varias casas sobre cuyas puertas se lee el nombre de su fundador: murió en el mismo pueblo el día 27 de Diciembre de 1662, dejando dispuesto que su corazón se llevase a su Iglesia de Perales y su cadáver fuera enterrado en la Iglesia de las Capuchinas.

Ana se sentía transportada a la época de D. Juan, que se figuraba como el vago romanticismo arqueológico quiere que haya sido; y entonces volviendo al egoísmo de sus sentimientos, deploraba no haber nacido cuatro o cinco siglos antes.... «Tal vez en aquella época fuera divertida la existencia en Vetusta; habría entonces conventos poblados de nobles y hermosas damas, amantes atrevidos, serenatas de Trovadores en las callejas y postigos; aquellas tristes, sucias y estrechas plazas y calles tendrían, como ahora, aspecto feo, pero las llenaría la poesía del tiempo, y las fachadas ennegrecidas por la humedad, las rejas de hierro, los soportales sombríos, las tinieblas de las rinconadas en las noches sin luna, el fanatismo de los habitantes, las venganzas de vecindad, todo sería dramático, digno del verso de un Zorrilla; y no como ahora suciedad, prosa, fealdad desnuda». Comparar aquella Edad media soñada ella colocaba a D. Juan Tenorio en la Edad media por culpa de Perales con los espectadores que la rodeaban a ella en aquel instante, era un triste despertar.

Y Perales, que lo dice tan bien, mi amigo Perales. Y que habrá tanta gente añadió la Marquesa. Por Dios, señora: con mil amores, si no fuera.... ¿No voy otras veces? ¡Pero si mañana tengo que comulgar! ¡Ta, ta, ta, ta! ¿y qué tiene eso que ver? ¿Lo sabe la gente? ¿Vas al teatro a pecar? ¡El arte es una religión! advirtió don Víctor consultando el reloj, temeroso de perder lo de

Pero le vio entre los primeros disparates del ensueño, vestido de toga y birrete, con una espada en la mano. Era la espada de Perales en el Tenorio, de enormes gavilanes. Anita no recordaba haber soñado aquella noche con don Álvaro. Durmió profundamente. Al despertar, cerca de las diez, vio a su lado a Petra, la doncella rubia y taimada, que sonreía discretamente.

Al día siguiente de llegar, Allen, Ugarte y yo comenzamos a descubrir las avenidas del jardín y a arrancarles la hierba y a enarenarlas; luego nos dedicamos a limpiar los perales, en forma de abanico extendidos delante de las tapias. El domingo oímos la misa en la capilla, y después yo estuve registrando la biblioteca.

La pareja se escondió bajo la bóveda no muy alta de una galería de perales franceses en espaldar. La luna atravesaba a trechos el follaje nuevo y sembraba de charcos de luz el suelo a lo largo del obscuro camino. Mayo se despide con una espléndida noche dijo Ana, apoyándose con fuerza en el brazo de su marido. Es verdad; hoy se acaba Mayo. Mañana Junio.

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