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Un loco; simpático años atrás, pero ahora completamente ido, intratable; un hombre que tenía la manía de la aclimatación, que todo lo quería armonizar, mezclar y confundir; que injertaba perales en manzanos y creía que todo era uno y lo mismo, y pretendía que el caso era «adaptarse al medio». Un hombre que había llegado en su orgía de disparates a injertar gallos ingleses en gallos españoles: ¡Lo había visto ella!

Mire usted, amigo mío, a usted puedo decírselo; no es inmodestia; reconozco, ¿cómo no? la superioridad de Perales en el teatro antiguo, su Segismundo es una revelación, concedo, revela mejor que el mío la filosofía del drama, pero... no me gustaba su modo de arrastrar la cadena; parecía un perro con maza; yo la manejaba con mucha mayor verosimilitud y naturalidad; arrastraba la cadena, créame usted, como si no hubiese arrastrado otra cosa en mi vida.

Pero Antón Perales no quiere ser menos que su contrinca, y paga otros ocho cuartillos que se beben con la misma solemnidad que los anteriores, con el mismo ceremonial, pero con mayor locuacidad de parte de los bebedores y con peor pulso de la del escanciador. Entretanto la tarde va acabándose, y el ganado y la gente que llenaban la feria se retiran poco á poco.

Allí estaban cubiertos de glorioso polvo sobre la mesa del despacho diabólicos artefactos de acero y madera, esperando en posturas interinas a que don Víctor emprendiese el estudio serio de las matemáticas, de todas las matemáticas, que tenía aplazado por culpa de la compañía dramática de Perales.

La misma aterradora mirada por parte del cura. Me alegraré, D. Félix, me alegraré; mis perales de Marco han echado un carro de flor este año... No quisiera, por algo de bueno, que se me perdiera la cosecha... ¿Y usted, D. Félix, cómo tiene su pomarada? El cura, mientras hablaba, se había despojado del bonete y empezaba a meterse el alba de lienzo ayudado por el maestro y el sacristán.

La dama se calla otra vez, pero experimenta leve disgusto; para que se vaya a casa satisfecha y coma con apetito, es preciso que estén en el paseo la de Quintanar, la de Beleño, la de Casagonzalo, la de Trujillo, la de Torrealta, la de Villavicencio, la de Córdova, la de Perales, la de Vélez Málaga y la de Cerezangos, a quienes está viendo hace veinte años, en todos sitios y a todas horas: si no, se marcha mal humorada, diciendo que el paseo estaba muy cursi.

Á Perales le aseguran que Ogenio le engañó, dándole dinero de menos; á éste, que está, en efecto, relampagueando y que al fin tronará; á la pobre mujer, que realmente ha sido muy atravesá y muy revoltosa, y que si pellizca al tío Juan, hace muy bien, porque ella se entiende.... Pero al oir esto, su marido, aunque no es celoso, ni mucho menos, da instintivamente un tirón á la saya que lleva agarrada entre sus dedos; y como su dueña no está para grandes pruebas de equilibrio, viene al suelo como un fardo.

Ana empezó a hacerse cargo del drama en el momento en que Perales decía con un desdén gracioso y elegante: Son pláticas de familia de las que nunca hice caso... Era el cómico alto, rubio aquella noche flexible, elegante y suelto, lucía buena pierna, y le sentaba de perlas el traje fantástico, con pretensiones de arqueológico, que ceñía su figura esbelta.

Ha venido un actor de Madrid, Perales, muy amigo mío, que imita a Calvo muy bien. Hoy hacen La vida es Sueño... ¡No faltaba más! Tienes que venir. ¡Una solemnidad! Mamá se empeña. Espera vestida. Pero, criatura, si mañana tengo que comulgar.... ¿Eso qué importa? ¡Vaya si importa! Lo dejas para otro día. En fin, ya arreglarás eso con mamá; porque ella viene a buscarte.

A propósito de teatro, don Álvaro ¿con que esta noche el buen Perales nos da por fin Don Juan Tenorio?... Algunos beatos habían intrigado para que hoy no hubiera función.... ¡Mayor absurdo!... El teatro es moral, cuando lo es, por supuesto; además la tradición... la costumbre.... Don Víctor habló largo y tendido de la moralidad en el arte, separándose a veces del hipógrifo violento que se impacientaba con aquella disertación académica.