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Actualizado: 25 de junio de 2025
El era Ferragut: ¿qué deseaba?... Se negó á sentarse. Quería decirle dos «razones» aparte, con cierto secreto... Cuando el capitán hubo presentado á su segundo como hombre de toda confianza, entonces se sentó. Los dos compañeros, rompiendo la humana corriente, habían retrocedido también y estaban en el borde de la acera, volviendo sus espaldas al café.
Escribo sin buscar otra ventura, sin anhelar más precio á mis canciones que desahogar un poco mi amargura. No busques pues, lector, en mí al poeta ni al hablista galano, ni al pensador severo: Dios me negó favor tan soberano y yo que fiel su voluntad venero, á mi modesta inspiracion me allano. Dotes tan altas, ni fingirlas puede el mortal á quien
Había escrito a Zaragoza y la doña Paquita se había contentado con lo de la Almunia. «Bastante era. El caserón era de Ana legalmente y moralmente». Ana cedió porque no tenía ya energía para contrariar una voluntad fuerte. Con más ahínco se negó a firmar los documentos que Frígilis le presentó, cuando se propuso pedir la viudedad que correspondía a la Regenta.
Hubo que buscar a otro sacerdote, porque se negó rotundamente a consagrar la unión el que la primera vez viniera en balde. Muñoz ni siquiera pidió cuenta a su mujer de la huida a casa de las Aliaga. Y comprendió, ahora, aquellas palabras de Julio que tanto le habían intrigado: "La parte de la tierra ha de corresponderte a ti".
Negó y lloró tan sólo, argumento que el realista tomó como la última expresión de la hipocresía y el engaño. Prepárate, Clara, á salir de aquí. No mereces los sacrificios que he hecho por ti. A ver si ahora compras florecitas y arreglas cintajos para coquetear en la ventana. Vas á vivir de aquí en adelante en compañía de unas personas cuya protección no mereces tampoco.
En tercer grado, si es que toda la Facultad no se burló de mí. Citó los nombres de los médicos que lo habían visitado y condenado. Contó cómo había acabado por cuidarse él mismo, sin nuevos remedios, en el campo, lejos del bullicio, esperando la muerte, bajo el cielo de Corfú. El señor Le Bris le pidió permiso para auscultarle, a lo que se negó él con un terror cómico.
La Regenta, si caía iba a ser exageradísima». Y se preparaba Mesía. Leyó libros de higiene, hizo gimnasia de salón, paseó mucho a caballo. Y se negó a acompañar a Paco Vegallana en sus aventurillas fáciles y pagaderas a la vista. «El diablo harto de carne...» le decía Paco. Y don Álvaro sonreía y se acostaba temprano. Madrugaba.
Y como comprendía que usted habría sabido hacerla feliz, la soberbia, el amor, los celos, todas las pasiones, todos los instintos de mi raza, de mi naturaleza, se sublevaban amenazadores. ¡Tú me prometiste ayer la dije con acento amargo que no me dejarías, porque eres mi esposa, y ahora quieres matarte!... Ella no lo negó. Déjame morir fue su respuesta; eso será mejor para todos.
No le negó la delicia de anegarse en su mirada, y no trató de ocultar el efecto que en ella producía la de don Álvaro. Hablaron del caballo, del cementerio, de la tristeza del día, de la necedad de aburrirse todos de común acuerdo, de lo inhabitable que era Vetusta. Ana estaba locuaz, hasta se atrevió a decir lisonjas, que si directamente iban con el caballo también comprendían al jinete.
Pagó muy pocas deudas; se negó cortésmente a comprar muebles y conservó, a pesar de la duquesa y del sentido común, un departamento de 12.000 francos, en el cual no se detenía un instante. De cuando en cuando daba un luis a Semíramis para la cocina, pero nunca se preocupó de preguntarle cuánto se le debía por sus servicios.
Palabra del Dia
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