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Actualizado: 23 de junio de 2025
En vez de decirle: «Porque yo la adoro a usted, y sería para mí una horrible desgracia esa renovación que me arranca toda esperanza de ser algún día amado por usted», comencé a balbucir como un doctrino, concluyendo por decir una sarta de necedades que sólo al recordarlas me pongo colorado.
Se le acusa de impuros manejos; esto ¿quién lo ignora? en el banco A tiene puestos tales fondos, y ahora va á hacer otro tanto en el banco B. En verdad que roba de una manera demasiado escandalosa, pero mire V., esto es ya tan comun...., y ademas, cuando le acusan nuestros adversarios, no es menester que uno le deje en las astas del toro. ¿No sabe V. la historia de ese hombre? pues yo le voy á contar á V. su vida y milagros ...» Y se os refieren sus aventuras, sus altos y bajos, y sus maldades ó miserias, ó necedades, y desde entónces ya no padeceis ilusiones, y juzgais en adelante con seguridad y acierto.
Hay, entre otros, un zapatero, que goza en este sentido de grande autoridad, de suerte que los poetas, después que concluyen sus composiciones, se las presentan para congraciarse su favor. Léenselas, y tienen que oir mil necedades del zapatero; y cuando se representan por vez primera, todos los espectadores fijan sus miradas en los ojos del pobre diablo.
«¡Muy bien, príncipe!... Enamorado como un adolescente pasados los cuarenta. ¡Adelante con tus necedades, si eso te divierte!... ¿Qué dirían los otros enemigos de la mujer?» Pero él no quiso oir esta última protesta de una mitad de su persona, olvidada y hostil.
Pero no importa: yo me entiendo, y sé que no he dicho muchas necedades en lo que he dicho; sino que vuesa merced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos, y aun de mis hechos. -Fiscal has de decir -dijo don Quijote-, que no friscal, prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda.
Dijo que la música le atacaba los nervios, que detestaba el campo, que su ideal era el dolce far niente, y cien necedades más... Vázquez le preguntó si tenía novio, y ella se puso muy colorada al contestar débilmente que no, como si dijera: «Los tengo a montones». Supongo que todavía hay jóvenes de buen gusto en el mundo dijo galantemente Vázquez.
«¡Cómo no se me ocurrió mandarle un recado! pero... ¿por quién? ¿no era ridículo decirle a la Marquesa: señora necesito que mi madre sepa que no como hoy con ella? Aquella esclavitud en que vivía... contento, sí, contento, no le humillaba... pero no convenía que la conociese el mundo. Y ahora, ¿por qué no se había quedado en casa? Bastante tiempo había pasado fuera... ¿volvería pie atrás, desafiaría el mal humor de su madre? No, no se atrevía; no estaba el suyo para escenas fuertes, le horrorizaba la idea de una filípica embozada, como solían ser las de su madre, de un discurso de moral utilitaria.... De fijo le hablaría de las necedades que le habían contado por la mañana.... Y si le decía: he comido... con la Regenta, en casa del Marqués, ¡bueno iba a estar aquello! Pero, Señor ¡qué luego, qué luego había empezado la gentuza, la miserable gentuza vetustense a murmurar de aquella amistad! ¡en dos días todo aquel run run, su madre con los oídos llenos de calumnias, de malicias, y el alma de sospechas, de miedos y aprensiones!... ¿y qué había? nada; absolutamente nada; una señora que había hecho confesión general y que probablemente a estas horas estaría metida en un pozo cargado de yerba seca en compañía del mejor mozo del pueblo. ¿Y él qué tenía que ver con todo aquello? ¡
Contigo no regateo, porque me eres simpático a pesar de tus necedades. Pero no me faltes el domingo a la misa de la casa: aléjate del chiflado de Salvatierra y todos los perdidos que se juntan con él. Y si no haces esto, nos veremos las caras, ¿sabes, Fermín? Tú y yo acabaremos mal.
No, señorita es que hace frío aquí, es que truena, es que es una locura andar ahora revolviendo en los sótanos.... Retírese usted; yo buscaré lo que haga falta. No replicó Nucha con energía . Ya me carga de veras ser tan boba.... Quiero entrar antes, para que vea usted si comprendo perfectamente que todas son necedades.... ¿Trae usted la cerilla? gritó ya desde dentro.
Vamos, vamos dijo el bufón ; esto es una locura, Dorotea... tú no has pensado, tú no has meditado. Yo no puedo meditar, yo no quiero meditar; me basta saber que se ha casado con otra... Debes, pues, despreciarle. No se desprecia lo que se ama. Lo mismo digo yo exclamó Montiño. Vos estáis sentenciado á no decir nunca más que necedades. ¿Qué tiene que ver lo que á vos os sucede?...
Palabra del Dia
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