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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Tuvo noticia de ello el Rey, y cuando conversó con el festivo abogado prendóse tanto de él, que no sólo le perdonó la multa, y la vida al delincuente, sino que, además, ya no pudo pasar sin el trato de Vélez de Guevara, a quien protegió sobremanera. Esto fué lo que suele llamarse hablar de memoria, porque en todo el relato no hay otra cosa verdadera que lo de ser Ecija la patria del escritor.
Un enamorado de estos de la turba multa, digámoslo así, de pensamientos levantados y cristianos procederes, al oír a su dama llorar cuitas como las que tú me has confiado, y al pedirle ella el consejo que tú me has pedido, tocaría el cielo con las manos; la negaría hasta el derecho de dudar en tal conflicto, porque entre la exigencia del tirano y los mandatos del amor, nunca vacilan los que bien aman, y acabaría la escena por decidirse ella a arrostrar el hambre, las mazmorras y aun la muerte, antes que consentir en ser de otro, y por jurarla él, viéndola tan firme y tan constante, que con los dientes sabría arrancar los clavos mismos de las puertas que la encerraran.
Sin temor ni escrúpulo de ninguna especie, violaban las reglas de buen comportamiento á que se sometían todos los demás, fumando á las mismas narices del alguacil de la población, aunque cada bocanada de humo habría costado buena suma de reales, por vía de multa, á todo otro vecino de la ciudad, y apurando sin ningún reparo tragos de vino ó de aguardiente en frascos que sacaban de sus faltriqueras, y que ofrecían liberalmente á la asombrada multitud que los rodeaba.
Un ciudadano que no hubiera sido marino, apenas se habría atrevido á llevar ese traje y mostrar esa cara, con tal desenfado y arrogancia, sabiendo que se exponía á sufrir un severo interrogatorio ante un magistrado, incurriendo probablemente en una crecida multa ó en algunos cuantos días de cárcel: pero tratándose de un capitán de buque, todo se consideraba perteneciente al oficio, así como las escamas son parte de un pez.
Al pasar él junto á ellos, callaban, hacían esfuerzos para conservar su gravedad, aunque les brillaba en los ojos la alegre malicia; pero según iba alejándose, estallaban á su espalda insolentes risas, y hasta oyó la voz de un mozalbete que, remedando el grave tono del presidente del tribunal, gritaba: ¡Cuatre sòus de multa!
Su reputación de santo y de benigno atrae a su confesionario, no ya a los niños y a las vírgenes, sino a la turba multa de desaforadas y lascivas pecadoras. La limpieza de su cándido optimismo se mancha con el negro cieno del mundo. Y resignado y triste, aunque lleno siempre de dulce confianza en Dios, muere al fin «Quitolis», muere también su viejecita madre y termina así la novela.
Maugirón, aquí te cojo, exclamó Frecourt; ahora eres tú el que canta. Una multa; que traigan champagne... ¡Qué herejías dicen estos músicos! ¡Champagne! Yo que tú pido limonada. Vais á probar un Château Lafite como no se bebe en ninguna parte. Yo se lo he proporcionado al círculo, porque habéis de saber que el encargado de los vinos no sabe de eso ni jota.
¡Qué tarde!... La sed de su trigo y el recuerdo de la multa eran dos feroces perros agarrados á su corazón. Cuando el uno, cansado de morderle, iba durmiéndose, llegaba el otro á todo correr y le clavaba los dientes. Quiso distraerse con el trabajo, y se entregó con toda su voluntad á la obra que llevaba entre manos: una pocilga levantada en el corral. Pero su trabajo adelantó poco.
Al que se insolentaba con el tribunal, multa; al que se negaba á cumplir la sentencia, le quitaban el agua para siempre y se moría de hambre. Con este tribunal no jugaba nadie.
En su tiempo, mamá me dejaba tener tiestos en el balcón: después me los quitaron, porque un día regué tanto, que subió el policía y nos echaron multa. Siempre que paso por un jardín, me quedo embobada mirándolo. ¡Cuánto me gustaría ver los de Valencia, los de la Granja, los de Andalucía!... Aquí apenas hay flores, y las que vemos vienen por ferrocarril, y llegan mustias.
Palabra del Dia
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