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Actualizado: 21 de junio de 2025
De aquí proviene que no atine yo a decidir hasta qué punto en Quitolis y en el que escribe su historia hay en germen un heresiarca: hasta qué punto ha permitido Dios y ha suscitado el diablo un Chanig o un Fox a la sordina en la muy católica ciudad de Almería. Teólogos inquisidores podrán decir sobre esto, si consideran que el caso lo merece.
Hoy, como entonces, se sigue en Almería poetizando, si bien no son los versos, sino un curiosísimo libro en prosa, lo que atrae ahora mi atención hacia aquella ciudad. El librito, primorosamente impreso en Almería, se titula Quitolis, y el autor, D. José Jesús García, le califica de novela.
Novela me parece a mí en efecto, pero contada con tan extraña candidez y en apariencia con tan poco arte, que tiene trazas, más que de algo imaginado o inventado, de relación fiel de sucesos que verdadera y realmente han ocurrido. El protagonista de la novela, el padre Juan, a quien daban por apodo Quitolis, ha vivido sin duda, pero en su ser hay mucho de simbólico y de enigmático.
Su reputación de santo y de benigno atrae a su confesionario, no ya a los niños y a las vírgenes, sino a la turba multa de desaforadas y lascivas pecadoras. La limpieza de su cándido optimismo se mancha con el negro cieno del mundo. Y resignado y triste, aunque lleno siempre de dulce confianza en Dios, muere al fin «Quitolis», muere también su viejecita madre y termina así la novela.
Casi no hay en ella lo que se llama enredo o argumento. Todo se reduce a la pintura de un extraño carácter. No sé si el autor, por habilidad o por instinto, acierta a no identificarse con «Quitolis» y a no responder de lo que «Quitolis» sentía y pensaba. No aseguraré yo tampoco si agradará esta novela, donde repito que apenas hay lances a cuantas personas la lean con atención.
Vuelto «Quitolis» a la oscuridad, guarda en el centro de su alma sus ideas reformadoras, harto poco definidas por el novelista, si bien o quieren ser como el alborear indeciso o la primera luz, si no de una nueva religión, de una interpretación amplia y algo racionalista de la que oficialmente seguimos. «Quitolis» después se queda ciego.
Yo diré sólo que la novela me agrada y que la he leído dos veces, con interés creciente, aumentado por la misma indeterminada vaguedad del misterioso pensamiento de Quitolis.
«Quitolis», con todo, no quiere ser nada de esto. Si en algo ha errado, está pronto a retractarse. El señor obispo reconoce su inocencia y simpatiza con su buena intención. Pero le induce a volver a su silencio y a su retiro y a no predicar en adelante para no excitar la cólera o el enojo del clero.
El Magistral, que debía predicar el día de la Virgen del Carmen, cae enfermo y encomienda a Quitolis, cuya ciencia y fervor religioso admiraba, que sea él quien predique aquel día, aunque hasta entonces no había predicado nunca. Sin previo estudio escrito acude y sube al púlpito Quitolis.
Palabra del Dia
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