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Actualizado: 11 de junio de 2025
Me estrecharé cuanto pueda y dormirás tranquila... No, ahora no puede ser... Mañana. ¿Por qué no? ¿No quieres ser mi mujercita? ¿No quieres que seamos felices otra vez, como en aquellos primeros meses de nuestro matrimonio?
Aquella mujercita sería, hasta parecer esquiva con la generalidad de los compradores, reservaba las sonrisas y el agrado para los escritores y cómicos, a quienes en el fondo de su imaginación no veía según la realidad, sino que pensaba en ellos como en seres superiores, de cuyos cerebros surgían y en cuyos labios tomaban vida todos los lances, intrigas, amores y aventuras que le encantaban el ánimo.
Los que compraban las hortalizas al por mayor para revenderlas conocían bien á esta mujercita que antes del amanecer ya estaba en el Mercado de Valencia, sentada en sus cestos, tiritando bajo el delgado y raído mantón. Miraba con envidia, de la que no se daba cuenta, á los que podían beber una taza de café para combatir el fresco matinal.
Yo podría mostrarte dijo muchos documentos iguales á esos... Pero tú eres hombre, y los hombres deben traer mucho dinero á su casa para que no sufra su mujercita. ¿Cómo voy á pagar mis deudas si tú no me ayudas?... Torrebianca la miró con una expresión de asombro. Te he dado tanto dinero... ¡tanto! Pero todo el que cae en tus manos se desvanece como el humo.
En jamás de la vida me ha dado el más pequeño disgusto esta mujercita que Dios bendiga. ¡Qué hacendosa! ¡qué ahorradora! ¡qué limpia!... ¡Los chorros del oro, muchachos!... Que tiene el genio vivo... que es un poco gruñona, ¿y qué?... Eso consiste, amigos, en que el alma no le cabe dentro del cuerpo. Los bueyes tardos necesitan quien les aguije.
Se tranquilizó al abrirse un claro en la muchedumbre y ver a la artista sentada en una silla que le había cedido una vendedora, con un niño sobre las rodillas, hablando con una mujercita pequeña, miserable, enfermiza, que a Rafael le pareció la hortelana que encontraron en la ermita. ¿Qué opina usted de mi plan? preguntaba en aquel mismo instante don Matías.
Los reumatismos tienen al fin la razón sobre la voluntad; y como era, según ese espléndido Montifiori, una verdadera crueldad, privar por un dolor insignificante de cintura de su yerno, a la pobrecita Blanca, de una noche de ópera, el buen viejo don Ramón, convencido al fin de toda la impertinencia de su enfermedad y de las excelentes razones de su magnífico suegro, se quedaba en su casa con bebé mientras su linda mujercita resistía en Colón la carga de los más peligrosos anteojos de la temporada.
Sois un ángel, bonne amie. Es lo que yo digo: tierra y mujer inglesas, vino y botín franceses. Volveré, sí, no sólo á buscar mi hacienda sino por veros. Algún día terminarán las guerras, ó me cansaré yo de ellas, y vendré á esta tierra bendita para no dejarla más, buscándome por aquí una mujercita tan retrechera como vos.... ¿Qué os parece mi plan? Pero ya hablaremos de esto. ¡Hola, Tristán!
Lo importante era debutar, y luego... ¡luego!... Brillaba en sus ojos el resplandor de ilusión y de engaño que inflama a todos los visionarios de la gloria. ¡Cincuenta mil francos!... ¿No los encontraría en aquel país de ricos una mujercita como ella, amable y joven... y artista? Y su fe en el porvenir se apoyaba especialmente en esta última cualidad.
El Arcipreste se había acercado más al Provisor, y estirando el cuello, de puntillas, como pretendiendo, aunque en vano, hablarle al oído, había dicho después: «Ella ha visto visiones... pseudo-místicas... allá en Loreto... al llegar la edad... cosa de la sangre... al ser mujercita, cuando tuvo aquella fiebre y fuimos a buscarla su tía doña Anuncia y yo.
Palabra del Dia
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