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Actualizado: 11 de octubre de 2025
Me he de levantar temprano para el trabajo; debo ocuparme del niño antes de enviarlo á la escuela. ¡Imposible!... Además, ¿para qué volver? Alberto no resucitará, y este espectáculo me mata. La vieja la siguió con los ojos mientras se alejaba con su niño titubeante de sueño. Siempre había creído á esta mujercita de poco corazón. ¡Ay! La única que se acuerda verdaderamente de Alberto soy yo.
Para ser feliz, no necesito más que cariño, sosiego y un mediano pasar. Un cuartito al Mediodía con ventanas al campo aunque esté sobre el tejado; una mujercita sana, risueña, que venga a abrirme la puerta; oírla teclear después de comer alguna sonata de Beethoven... y que me dejen libre alguna hora para modelar cualquier muñeco. Estoy solo en el mundo. Apenas he conocido a mi madre.
Entonces no llevaré esta vida de pobreza disimulada, de bohemia elegante; no tendré que ceñirme a mi viudedad y a los regalos de mi tía; y seré rica y tú no sufrirás más, no trabajarás, pues te mantendré yo... ¡yo!, ¡tu María Teresa, que será tu mujercita!
La marquesa no la presenta aún para que no la envejezca, y da dolor ver aquella mujercita tan desarrollada ya... no creas, tiene más delantera que su mamá... da dolor verla metida allá dentro jugando con las muñecas, enredando con las criadas o copiando temas del francés.
El conde de Onís, el coloso de luengas barbas fue un verdadero juguete en las manos de aquella mujercita temeraria y maligna. Una pasión loca se apoderó de ambos, sobre todo de ella. Poco a poco se fue acostumbrando a no vivir sin él, a no pasarse un día sin verle a solas. Hacía esfuerzos increíbles de ingenio y habilidad para conseguirlo.
Maltrana admiró su firmeza: era digna hija del Mosco. Aquella mujercita débil, que muchas veces lloraba sin motivo, permaneció inmóvil, con los ojos secos, al conocer la desgracia. Hacía tiempo que presentía este final. Muchas noches había visto en sueños a su padre cubierto de sangre, pereciendo bajo las escopetas de los guardas, que le daban el tiro de gracia.
Pues yo bien vuelvo las hojas; en mí no consiste dijo risueño Baltasar . Y debe usted esmerarse, pollita, que estoy de días, y Palacios la oye a usted boquiabierto y entusiasmado. ¡Bueno! gritó la mujercita de trece años, suspendiendo de golpe su fantasía . Me están ustedes cortando... ea, ya no sé poner los dedos.
A ver, preciosa, cuéntame la historia de Pulgarito, o dime cuántos ríos tiene la República Argentina. A pesar de los temores del padre, la meningitis no vino; Susana creció, como un lirio, y a los diez y ocho años era una mujercita en la que todas las promesas de la niña habían madurado, a pesar del ambiente poco favorable en que la planta se desarrollara.
Eso es, D. Pedro López. No tan arriba. Pique más bajo. ¿Se le puede ver, sí o no? Creo que está durmiendo. Suba usted.... Eh, tú, Rumalda... ve con este caballero.... Di a Perico que si no tiene vergüenza de dormir a estas horas. Romualda era una mujercita encanijada y vestida de harapos que en la tienda inmediata ayudaba a la mujer de los parches a ensartar buñuelos.
¡Buen día...! ¡Superior, hija, superior! exclamaba Cirilo después de comer, reclinado cómodamente en una butaca y saboreando una taza de café al par que chupaba un fragante tabaco de la caja que el día antes le había regalado Reynoso. ¿Te has divertido? ¿Has estado a gusto con tu mujercita? le respondía Visita, que también tomaba café sentada a su lado en una sillita baja.
Palabra del Dia
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